-Veintidos, a la cabeza. –dijo Arturo al empleado de la agencia.
-¿Nacional o provincia?
-A las dos.
-¿Vespertina o nocturna?
-A las dos.
-¿Cuánto le quiere jugar?
-Dos a cada una.
Arturo pagó y se fue. Al pasar por un quiosco compró un encendedor y un atado de cigarrillos. Abrió con una mano el atado y, luego, con la misma extrajo un cigarrillo que encendió seguidamente. Al exhalar, el humo formó una figura en el aire. Era una cabeza. Se quedó contemplándola y pudo ver que se asemejaba a la figura de un prócer representado en el billete de dos. ¿Era una señal? ¿O sólo se la estaba imaginando? Volvió a exhalar humo y la figura, lejos de disiparse, creció.
-Hola, soy Bartolomé. –dijo una voz frente a él.
En el aire había una densa neblina con una visibilidad de algunos pocos metros. La figura formada por el humo se mantenía visible frente a Arturo. Se quedó observando estupefacto sin reacción ni respuesta.
-Hola. –Insistió la voz- Tengo algo que decirte.
-¿Qué sucede? –preguntó por fin.
-Estuve viendo todo y has sido víctima de una estafa. Esa boleta no es la ganadora.
-¿Y cómo sabes si aún no se ha sorteado?
-Todo ya ha sucedido, sólo que tu concepción del tiempo no te permite conocer los sucesos hasta tanto se revelen.
-¿Vienes del futuro? –preguntó Arturo contrariado.
-Más bien del pasado. O mejor, ni vengo ni voy, sólo las cosas se mueven.
El humo se disipó y Arturo pudo ver frente a él la silueta de un hombre vestido con un sobretodo. Llevaba un sombrero sobre su grisácea testa. Tenía en su mano izquierda una pipa de la cual acababa de inhalar. Arturo dio una pitada al cigarrillo.
-Y bien, qué número se supone que va a salir.
-Ya salió, el cuarenta y ocho.
-Il morto qui parla. –dijo Arturo.
-Así es. Repite en las cuatro jugadas.
-Bueno… lo tendré en cuenta. –dijo Arturo.
-Cuando cobre la apuesta, recuérdeme. Adiós.
El hombre se perdió entre la niebla. Arturo dio la última pitada al cigarrillo y arrojó la colilla al suelo. Dio media vuelta como para volver a ingresar en la agencia de quiniela, pero pensó que todo ello era un disparate. Nadie puede predecir el futuro y mucho menos un número en un sorteo, el cual era puro azar. Se marchó del lugar caminando a paso lento pero firme. En su recorrido, tropezó con una mujer a la cual no había visto. Había comenzado a llover. Caía una garúa finita que mojaba su gabán levemente. Llegó a su casa y echó leña en la salamandra para calentar el ambiente. Luego la encendió e hizo lo propio con la televisión. El sorteo había comenzado y la pizarra mostraba que en la ubicación número tres había salido favorecido el número 1022. Arturo maldijo. Se preparó una taza de café y se sentó cerca de la salamandra. Desde allí observó en la televisión los sorteos de lotería. Sacó de su bolsillo un vuelto que tenía para acomodarlo en su billetera. Uno de los billetes de dos captó su atención. Tenía inscripta una leyenda con birome azul la cual decía:
Si te toca este billete
no compres barrilete
ni lo gastes en cerveza
hay un número escondido
que va a ser favorecido.
Jugá todo a la cabeza.
Arturo buscó algún número en el reverso pero no encontró nada. Miró la numeración del billete y observó que era de la serie B, y el número era 48.484.848. Coincidencias de la casualidad, pensó Arturo. Inmediatamente, salió el primer puesto en el sorteo de la lotería provincial. Era el 4848.
-¡La puta madre! –exclamó Arturo.
No quiso ver más. Apagó el televisor con el control remoto, que luego se le cayó al piso. Al mismo se le había salido la tapa del compartimento donde iban las pilas y éstas habían rodado por el suelo. Buscó un paraguas y se puso nuevamente el gabán. Salió a la calle y comprobó que la lluvia había cesado y hasta se podía ver sol poniéndose detrás de los edificios y algunas nubes. Qué tiempo loco, pensó Arturo. Llegó a la parada de colectivos y esperó junto a un hombre la llegada del mismo. Como no pasaba la línea que esperaba, decidió tomarse el 48 y caminar unas cuadras luego, que también lo dejaba bastante cerca de la casa de su novia. Durante el trayecto, divisó sobre un asiento a un lado al hombre que le había vaticinado los sorteos. Arturo se puso de pie y se sentó a su lado.
-Bartolomé.
-¿Lo conozco? –inquirió el hombre.
-Usted me dijo qué números saldrían sorteados hace unas horas, ¿recuerda?
-Lo siento, mi memoria es muy mala. A esta altura, todo se disipa rápidamente.
-Pero… ¿Cómo sabía usted…?
-Aquí me bajo yo. –Dijo el hombre y se puso de pie- Su novia está en este momento manteniendo relaciones con un joven apuesto. Tal vez lo vea salir de su casa.
-¿Cómo?
Arturo le cedió el paso y el hombre se bajó del colectivo. Arturo se quedó mirándolo por la ventanilla. Pudo ver que el mismo extraía la pipa de su bolsillo y la cargaba con tabaco. El colectivo dobló y Arturo lo perdió de vista. Al llegar a donde debía bajarse, tocó el timbre de la puerta trasera para hacerlo. Caminó presuroso hasta la casa de su novia y cuando estaba a unos ochenta metros vio salir a un muchacho que se despedía de ella con un beso. ¿Se besaron en la boca o fue un beso en la mejilla? La distancia le impidió saber con certeza. Caminó rápido hasta la puerta pero ya la había cerrado. Tocó timbre y esperó. Pronto ella abrió la puerta.
-¡Arturo!
-¿Quién era ese?
-¿De quién me estás hablando? –preguntó ella.
-Dale, Nancy, no te hagás la distraída. Ese que acaba de irse. ¿Quién era?
-No sé de qué me hablás. Estoy sola. ¿Vas a pasar?
-Bueno…
Arturo ingresó a la vivienda. No observó nada fuera de lugar. Miró desde el umbral de la habitación la cama que estaba hecha impecablemente.
-¿Me vas a decir con quién estabas recién?
-No estaba con nadie, Arturo. ¿Te volviste loco?
-Si no estabas con nadie, decime, ese sombrero ahí colgado de quién es.
-Tuyo, salame. Te lo dejaste el domingo.
-Es verdad… Pero, entonces, ¿por qué hay dos tazas de café en la pileta?
-No tenía ganas de lavar. Tomé dos tazas para mantenerme despabilada así podía estudiar.
-Suena creíble… pero, no veo que hayas estado estudiando.
-Ya guardé todo porque me estaba yendo a la peluquería, ¿me querés acompañar?
-No, dejá, prefiero volver mañana. ¿Cuándo rendís?
-El viernes.
-Entonces vuelvo el viernes así podés prepararte para el examen.
-Dale mi amor.
Ella lo abrazó y le dio un cálido beso que Arturo correspondió. Luego se despidieron y él se marchó caminando en dirección opuesta a la que había recorrido para llegar. Su ritmo era lento pero decidido. Estaba a pocas cuadras de la sala de cine a la que solían ir juntos y resolvió que podía distenderse un poco con alguna proyección. Cuando estaba a punto de sacar el boleto, alguien le chistó detrás. Él se dio vuelta y el hombre del sobretodo con la pipa en la mano lo saludó.
-¿Qué quiere ahora? –cuestionó Arturo.
-Le mintió descaradamente.
-¿Cómo dice?
-Lo que oye. Subestimó su inteligencia con mentiras para dispersar niños.
-¿A usted le parece?
-Desde luego. Sólo le quería advertir una cosa: la proyección del film no terminará bien.
-Ha visto la película parece…
-No hablo de eso, sino de lo que sucederá en la sala. Lo preferible sería que no ingresara, aunque podrá evitar el incidente si se retira quince minutos antes de que culmine.
Arturo se dio vuelta y pagó la entrada al cine. Se proyectaba “Sirena de Bergerac”. La película lo mantuvo entretenido un buen rato pero no tenía demasiado vértigo por lo que su desarrollo fue bastante lento hasta promediando la película. Cuando quedaban alrededor de quince minutos para el final de la misma, en la entrada del cine se produjo un incendio que puso a la gente, que había llenado la sala, en un estado de exaltación. El film se interrumpió y las luces se encendieron. Varios –incluido Arturo- corrieron hasta la salida de emergencia, pero la misma estaba sellada. El griterío era unánime. La gente arrojaba sus gaseosas a las telas que rápidamente habían entrado en combustión. Un hombre se acercó corriendo con un matafuegos, pero al accionarlo comprobó que no tenía carga. Algunos tosían por el humo inhalado. Otros corrían de un lado al otro de la sala. Finalmente, llegó una dotación de bomberos que pudo apagar el incendio en pocos minutos. Hubo gente que necesitó atención médica. Arturo cuando pudo salir de la sala se marchó indignado. En la calle todo estaba muy oscuro. La noche caía sobre el asfalto y los faroles no se habían encendido aún. El cielo estaba nublado y caían algunas gotas de lluvia. Arturo abrió el paraguas y encendió un cigarrillo. Caminó unas pocas cuadras y paró un taxi. En el auto se escuchaba la octava sinfonía de Beethoven. Cuando llegó a destino, Arturo pagó y se bajó. Sobre la acera, estaba, pipa en mano, el hombre del sobretodo. Arturo lo reconoció inmediatamente.
-¿Qué hace usted acá? ¿Me está siguiendo?
-¿Cómo podría? –Dijo el hombre- Más bien usted sigue mis pasos.
-Yo vine a ver a mi madre.
-Hace mal. Su madre tiene una enfermedad altamente contagiosa. Además, le va a atiborrar el pensamiento contándole de la muerte de sus amigas de toda la vida.
Golpeó la puerta y, luego de un tiempo, salió su madre con un pañuelo cubriendo las fosas nasales.
-¡Arturo! ¿Qué hacés por acá? Me encontrás hecha pelota.
-¿Qué te pasa mamá?
-Tengo una peste que me tiene a la miseria.
Ambos ingresaron a la vivienda. La madre estornudó. Había olor a enfermería o a medicamentos. Sobre la mesa había un nebulizador. La madre de Arturo le habló durante más de media hora de sus amigas fallecidas, dos en el último año, y todas las demás bastante tiempo atrás, pero que seguía extrañando. Arturo se despidió y cuando le estaba por dar un beso, estornudó. Salió caminando y la noche era aún más oscura que al entrar. Los pocos focos que, dispersos, emitían alguna luz, era tan débil que sólo iluminaban apenas un sector tenuemente. No llovía, pero el frío se hacía sentir. Caminó hasta la parada de colectivos y allí estaba, una vez más, el hombre del sobretodo.
-Se pescó un resfriado. –le dijo.
Arturo sacó un pañuelo descartable y se limpió. El hombre continuaba con la pipa en su mano que acababa de encender. El hombre se quitó el sombrero y lo sacudió. Pasaron varios colectivos pero ninguno subió. Arturo esperaba el veintidós.
-¿Hace mucho que espera?
-Treinta años. –dijo el hombre.
-Me refiero al colectivo. –aclaró Arturo.
-No espero colectivo alguno. Sólo quiero ver cuando se lo lleve la parca.
-¿A mi?
-Si. Es cuestión de minutos.
-¿Y no podría haberme advertido de esto antes?
-Lo siento. Sólo puedo anticipar hechos con cierta antelación. Pero quédese tranquilo, que no va a dolerle nada.
-Bueno, gracias.
Arturo sacó un cigarrillo y lo encendió. Tras toser divisó la figura de un hombre cubierto con una túnica negra portando una afilada hoz caminando en dirección hacia él. Cuando estuvo cerca lo reconoció: era la muerte. Estaba más delgada que de costumbre. Temblando dejó caer el cigarrillo al suelo y el cuerpo se desplomó.
-Vení conmigo Arturo. –dijo la muerte.
-¿A dónde vamos?
-Quiero mostrarte unas cosas…
El cadáver quedó tendido en el piso. Arturo y la muerte caminaron a la par. Ya no pudo ver al hombre del sobretodo que había quedado atrás ni a su cuerpo, en el suelo. El paisaje había cambiado drásticamente de la penumbra de la noche y los edificios a una claridad inusitada en un lugar vacío donde reinaba la calma.
-Las historias a veces revelan algún secreto. –Dijo la muerte- Otras veces apenas si propician esbozar una sonrisa con sus contradicciones. ¿Querés un cigarrillo?
Buenísima historia!!! Bravo
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¡Gracias Eva! Me alegra que te haya gustado. Un beso.
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