Vicente se había preparado unos mates. Sentado en el comedor, mientras tomaba uno, aparece su hijo con cierta urgencia.
-Viejo, necesito urgente el coche. El Tecla se quebró una pata acá en la canchita y lo tenemos que llevar al hospital. No sabés cómo está.
– Me imagino. Sangre por todos lados y vos encima querés que te largue el auto así nomás. Y todo por un raspón.
– No, viejo. Tiene una quebradura que se le salen todos los huesos de la piel.
– Si, son cosas que pasan. Gajes del oficio, se le dicen. Si jugaba de árbitro esas cosas no le pasan. Aunque por ahí se ligaba un botellazo en la marola.
– Bueno, ¿me prestás el auto o nos llevás vos al hospital?
– ¿Por esa pavada? Vayan caminando, ¿qué serán? Veinte, veinticinco cuadras, así de paso le afloja el hematoma a ese infeliz…
– ¡Qué hematoma! Te digo que se que-bró.
– ¿Si es para tanto por qué no llaman una ambulancia? Los pibes de hoy en día no sé en qué tienen la cabeza… piensan en boludeces. ¿Para qué practicar un deporte de verdad que te podés raspar como ese infeliz del Tecla cuando te podés quedar en tu casa calentito y limpio, apretás dos botones y jugás como si fueras el 9 del Real de Madrid? Hay cosas que no se explican…
– Chau viejo, gracias.
– El diablo sabe por diablo, pero más sabe tu viejo. No por mucho ayudar a Dios se madruga más temprano.
De una habitación sale Ana María, se para frente a un espejo y mientras se peina le habla a su marido.
– Vicente, ¿qué quería el Matías que andaba tan apurado?
– Andá a saber qué quería el borrego ese. Siempre te viene con cuentos. Habrá aprendido de vos.
– ¿De mí?
– Sí, claro que de vos. ¿Te acordás cuando nos vino con la historia esa de que le había robado la gorra a un policía? Pálido estaba de lo asustado que vino.
– Pero era verdad. La gorra la tiene en un cajón. –dice Ana María.
– ¿Qué va a tener ese? Mirá que el policía le va a prestar la gorra al infeliz del Matías…
– ¿Prestar? El Matías se la robó a la gorra. O no te acordás que tuvimos que ir a declarar a la comisaría…
– No creo. Hay cosas que no se explican. ¿O vos pensás que el policía le va a prestar la gorra al Matías? Decime, para qué. ¿Para qué? Tenía una fiesta de esas, ¿cómo se les dice? Jálogüin. Me imagino al Matías disfrazado de policía y me da escalofrío.
– No, viejo, Halloween es otra cosa. –dice Ana María.
– ¿Vos qué sabés? Capaz que hablamos de lo mismo pero con distintas palabras. Tantos años de discusión tirados a la basura. ¿Qué vamos a hacer con tantos años de discusión? Capaz que sacamos algo en limpio. ¿Quién te dice? Vos que le creés todo a ese infeliz del Matías, ¿me querés decir para qué vino recién?
– Pero si yo no lo vi, estuvo hablando con vos.
– ¿Conmigo? –pregunta Vicente confundido.
– Sí, viejo, con vos.
– Cómo te gusta contrariarme…
– Vicente, sacá el auto que me tenés que llevar a lo de Chelita. Me está esperando con unas tortafritas. Dale que después le pido que me dé algunas para vos. Seguro que ya me guardó, sabe que te encantan.
– ¡Uh! La última vez que comí de esas porquerías me indigesté. Me hiciste acordar y ahora me dieron unas arcadas… agghhh
– No, viejo, eso fue con los canelones de la Gladys.
– Agghhh…
– Dale, viejo. Llevame que estoy llegando tarde.
– Pero a vos te parece que con los mates recién preparados tenga que dejar todo para sacar el auto, llevarte hasta lo de esa amiga tuya que, vamos a ser honesto, es una infeliz. No me lo niegues. Te tengo que llevar a lo de esa infeliz y después venís toda angustiada porque no puede seguir viviendo sin ese que tuvo por marido, que extraña y no sé qué más. ¿Para eso querés que saque el auto ahora? Aguantá. En una hora me tengo que ir a buscar unos destornilladores a la ferretería.
– Me están esperando Vicente. –le dice Ana María con cierta impaciencia en sus gestos.
– Que espere. O vos conocés a alguien que se haya muerto por esperar. Capaz que se murió de viejo y esperando, pero la causa no fue la espera misma. Eso te lo discuto a muerte. Paro cardiorespiratorio, en todo caso. Además, tanto apuro para qué, me querés decir. Después venís toda así, ¿cómo se dice? Acongojada. ¿Y todo por qué? Por haber estado tres horas escuchando los lamentos de esa otra infeliz.
– Chau, me voy en taxi. –se despide Ana María.
Vicente se ceba un mate y, luego, lo toma. Se levanta, va hasta donde tiene la radio y sintoniza otra emisora. Calienta un poco el agua de la pava y vuelve a ubicarse en el mismo lugar del comedor. Entre tanto, entra Dani, su hija menor acompañada de una amiga.
– Hola pa.
– Hola chiquita, ¿trajiste visitas a casa? –dice Vicente mientras saluda con un beso a cada una.
– No, pa. Ceci me acompañó hasta casa para ver si la podés llevar hasta la suya. Hoy no hay colectivos por paro de choferes.
– Y no es para menos. ¿A vos te parece poner el lomo todo el día por dos pesos que no te alcanzan ni para pagarte un chegusán? Lo único que falta es que se tengan que pagar el combustible para poder trabajar. ¿En qué cabeza cabe? En la mía seguro que no. No sé cuánto estarán cobrando, pero te digo que igual es poco. Además, te cruzás con un atorrante que no tiene nada mejor que hacer…¿y? ¿Qué hacés? Le tenés que romper la marola con el volante.
– Bueno pa. ¿La llevamos?
– ¿A tu edad sabés cuántos kilómetros caminaba por día? Treinta y dos. Diez para ir a la escuela, diez para volver y doce haciendo los mandados a la vieja. Tu abuela, descansa en paz. Todos los días. Cinco kilos de papas, dos calabazas. Después el pan de lo de don Octavio, la leche del tambo… Y acá tu amiga que no puede caminar ¿cuánto?
– ¡Qué se yo! ¿5 kilómetros?.
– Cinco kilómetros. No me hagás reír que me vas a hacer volcar el mate. Ahora, decime, vos querés que deje todo así, que apague la radio, saque el auto y deje el mate recién hecho para llevar a tu amiga hasta la otra punta con qué excusa más ingenua: el paro de choferes. Contate otra porque con esa no vamos a ningún lado.
– Vamos afuera que te acompaño hasta la esquina Ceci. –le dice Dani a su amiga y se retiran de la casa.
Vicente se levanta con la pava, le agrega agua y la pone al fuego a calentar. Pocos minutos después, vuelve a entrar Dani mientras Vicente está hurgando en la heladera.
– Chiquita, ¿viste donde quedó el salamín que me compré la otra noche?
– No quedó. Se lo terminó el Mati con el Tecla ayer.
– ¡Si serán infelices!
Vicente tomó las llaves del auto y salió urgente de la casa. Dani lo miraba desde la ventana. En eso, ve que su padre deja el auto estacionado frente a la casa, se baja e ingresa a la misma.
– Chiquita, vigilame la pava que dejé sobre el fuego que ahora vengo. Voy hasta la fiambrería.
– Si, pa. –le respondió Dani, mientras reflejaba su expresión declarando por lo bajo: hay cosas que no se explican.