Al bajarse del colectivo, Horacio quiso comprar la revista “Tan sólo vivir”, pero el quiosquero le rechazó el dinero.
-¿Putines? –Cuestionó- Estos el gobierno los sacó de circulación en el 97. ¿En qué planeta vive?
Horacio se quedó reflexionando boquiabierto. Miró el billete con el que había pretendido pagar por la revista y no lo encontró diferente a otros similares con los que había pagado tantas otras veces por artículos o servicios diferentes.
-¿Y ahora con qué se pagan las cosas? –inquirió luego de unos minutos en que estuvo absorto en sus cavilaciones.
-La moneda oficial son los marroquíes. Se utilizan en todo el mundo. Eso lo sabe cualquiera, a menos que viva en un frasco. –le explicó el quiosquero.
-No me enteré del cambio de legislación. Por otro lado, tiene usted razón: acabo de salir de un frasco de mayonesa. –argumentó Horacio cabizbajo.
-La ley no cambió, sólo el papel moneda. Antes, todo era plata en el mundo. Ahora, todo es níquel. Puede cambiar esos billetes en el Banco Comadreja, es el único habilitado para hacerlo.
-¡Qué macana! Quería la revista… –dijo Horacio.
-Llévela. Me la paga cuando vuelva con contante y sonante. O consonante cantante. O cantando al son. O contando al sonar. O sonando constante. O como sea que se diga.
-Bueno, gracias. Hasta pronto. –se despidió Horacio con la revista bajo el brazo.
Quiso parar un fletotaxi, pero recordó que sólo llevaba consigo unos cuantos putines los cuales, según le había dicho el quiosquero, no le servirían para pagar. Además, en Mar del Plata no había fletotaxis, había únicamente taxis, además de los taxiflets. Por lo tanto decidió caminar por la costanera hasta el Banco Comadreja. Al pasar por el casino, preguntó si aceptaban putines.
-Ja ja ja. No me haga reír. –le dijo un hombre que hacía las veces de personal de seguridad.
-Pero parece que lo hice. –añadió Horacio.
-Es una expresión irónica. Una risa falsa, que aunque lo parece no lo es. O aunque lo es, no es genuina y, como tal, no constituye una risa verdadera, sino que simula serlo. –explicó el otro.
Horacio se marchó de ese lugar y decidió seguir caminando por la playa. Él caminaba por la arena de esas playas, descalzo. Observaba, en el trayecto, sus pies. Levantaba arena, jugando, mientras caminaba. Notó que llevaba los pantalones arremangados hasta debajo de las rodillas. Eran pantalones beige. Llevaba con su mano izquierda, colgando sobre su hombro, un sweater, rayado. Blanco y azul. Pudo sentir la brisa correr sobre su rostro. También notó que le entraba tierra en sus ojos. Se pasó la mano por allí y continuó su camino. Observó una pareja corriendo, tomados de la mano, en dirección opuesta a la que él llevaba. Y tras ellos un enorme perro que les dio alcance al pasar en línea a Horacio. Los rodeó y les ladraba, en claro tono amistoso. Horacio los siguió con la mirada y trastabilló con una roca, para luego caer sobre la arena. Observó hacia arriba y una gaviota que pasó sobre él emitió un agudo sonido. En ese instante, se durmió.
-¿Tiene la “Tan sólo vivir”? –preguntó una mujer que promediaba la cuarta década de existencia.
-No quedó. –Le dijo el quiosquero- Pero le puedo ofrecer la revista “Lulú Ciérnaga”. Es bastante buena, como la otra. ¡Y más barata! –la animó.
-Bueno, deme dos. –Pidió la mujer- Pero diferentes.
El quiosquero le dio dos revistas, que eran similares, pero diferente número de ejemplar. La mujer pagó por las revistas, aunque se quedó mirándolas y cotejando su parecido.
-Oiga, le pedí dos revistas diferentes. Y me está dando dos iguales. –esgrimió la mujer.
-No son iguales. Vea: -dijo el quiosquero tomando las revistas- esta es el ejemplar número 21.707. Esta otra, difiere, es el ejemplar número 21.708.
-¡Usted me está estafando! –Exclamó la mujer con rabia- Me está dando dos revistas con el mismo contenido.
-¿Contenido en dónde?
-En su interior. –argumentó la mujer.
-¿El interior de qué? –interrogó el quiosquero.
-De la revista.
-Disculpe, pero no la entiendo señora. Hice lo que me pidió. El dinero acá no se devuelve. Si quiere otra revista la va a tener que pagar. Acá no aceptamos devoluciones.
-¡Ma´si… metételas en el culo! –manifestó la mujer, que se marchó del lugar sin las revistas que anteriormente se acreditaban en su haber.
El quiosquero la volvió a acomodar en el revistero a una, y guardó la otra en una pila de revistas que tenía a la vista del público. Se acercó una jovencita que con suerte llegaba a los quince años y pidió un ejemplar de la revista Lulú Ciérnaga.
-¿Cuánto es? –preguntó la quinceañera en cuestión.
-Quince putines. –dijo el quiosquero sacando el ejemplar número 21.708 de la pila de revistas.