Arturo había soltado las amarras del pasado ( y por lo tanto su presa sobre el futuro ) y se había sumergido en el presente. Pero no estaba anclado siquiera en el hoy. Su vida no discurría sino que era un entero ahora. Por razones de conveniencia para el lector, esta historia parece transcurrir en el tiempo, pero esto sólo debe tomarse como una cuestión puramente literaria. Arturo como tal había cesado y sólo quedaba su presencia en el eterno ahora; lo que discurría era mera apariencia con ínfulas de historia.
Arturo observa la pantalla delante de él. Una imagen le llama la atención. Es una bailarina de danza clásica disfrazada de pantera rosa, pero con una peculiaridad: no es la pantera rosa, sino un flamenco. Arturo cliquea reiteradamente. Uno de los impulsos de su dedo índice le devuelve una leyenda sobre el monitor indicándole que debe reiniciar la máquina.
-Ya está. –Dice Arturo- Para la próxima, ya sabe, Teodomira, nada de darle clic a cualquier video que aparezca por ahí.
-Gracias, querido. Vos sí que siempre me salvás las papas. –afirma Teodomira al retirar la bandeja de papas del horno.
Arturo cobra por el servicio y se marcha de casa de doña Teodomira. Ésta prende la radio y escucha en las noticias que un huracán se cobra la vida de decenas de personas en el caribe. Arturo camina hasta un quiosco y compra puchos. Y un encendedor. Le da interacción a los objetos que acaba de comprar y pita el cigarrillo. El día está caluroso. A Arturo le suda la frente. Ve pasar un colectivo pero no es el que espera él. Un joven le pide un cigarrillo y Arturo le convida del atado que acaba de comprar. Arturo camina y se detiene frente a una vidriera de artículos electrónicos. Observa lo nuevo que allí se exhibe: un neofly, algunos bricgames y varios smartviews. Arturo piensa. O cree pensar. O simula pensar. Acuden pensamientos que le hacen sospechar que él hace algo –como pensar- cuando en realidad éstos discurren como el tráfico. Se le ocurre comprar un teclado pero revisa sus bolsillos y el efectivo del que dispone le hace caer en la cuenta de que no le alcanza para su propósito y lo descarta. Se acerca el 48 y cuando está delante de Arturo éste se sube en él, previo a hacerle un ademán al chofer con la intención de que entienda que quiere abordarlo. Paga el viaje y se sienta en uno de los primeros asientos libres que encuentra. A su lado está sentada una bella mujer. Tiene una cabellera abultada, con rizos castaños y ojos color miel. Lleva unos aros de oro en sendas orejas y tiene pintados los labios con un plateado llamativo. Arturo la observa con disimulo y procura entablar un diálogo. Poco a poco, descarta cada una de los temas de conversación que se le ocurren: el tiempo, su trabajo, el viaje en colectivo, la elegancia de la mujer. Nada le resulta propicio para comenzar a hablar con ella. De repente, se le ocurre una idea precisa para no incomodarla y, a la vez, iniciar una charla. En ese instante, la mujer le pide permiso para pasar frente a él y abandonar el colectivo, dejando a Arturo con sus esperanzas marchitas. Dialoga con una mujer mayor sentada detrás que le pregunta la hora. Arturo le miente con media hora de diferencia a la que es. Su actitud lo llena de culpa, cree que quizá la señora está con poco tiempo, no de vida, sino porque algo le urge. Pero no es así, la mujer está al pedo como alcornoque en botella vacía.
-Anoche no dormí bien, joven. –dice la mujer- Me quedé pensando en lo que tenía que hacer este día y caí en la cuenta que lo tenía libre para disponer de él como me pareciera. Por lo tanto decidí ir a hacer unas compras al súper para buscar lo que hacía falta. Sabe usted, jabón, champú, café, azúcar, esas cosas.
-¿Yerba? –inquiere Arturo para no quedarse atrás en la conversación.
-También, claro. Nos acostumbramos a los aumentos de precios que somos incapaces de formular una protesta seria. Si nos juntáramos a pedir para que hagan algo al respecto nadie nos creería. Sería como solicitarle al viento cesar en su servicio.
-Cierto, es uno de los males que nos aqueja, pero lo hemos asimilado y vivimos con ese quiste incorporado. –aclara Arturo.
La mujer abre un paquete de galletitas y le convida una a Arturo. Éste toma dos, le agradece y las come una a una. Tienen chispas de chocolate, como le gustan a Arturo. Divisando la proximidad a su destino, Arturo se despide de la mujer y camina hasta el fondo del colectivo. Toca el timbre y cuando la puerta se abre y el colectivo se detiene, emprende la retirada del mismo bajando por la escalinata. Tropieza con un peatón que lo insulta hasta en arameo. Arturo ensaya una disculpa, pero el hombre no parece comprender castellano. Camina hasta la puerta de su casa y al llegar encuentra sentada en el umbral a Nancy, su novia.
-Te esperé toda la mañana. –le dice.
-Estuve trabajando. –acota Arturo.
-Espero que no sea otra de tus típicas mentiras.
-¿Desde cuándo digo mentiras?
-Desde que te conozco. –responde Nancy.
-Entonces debo decir que no me conocés ni pizca.
-Es que no me diste tiempo suficiente para hacerlo.
-¿Y cuánto necesitás? ¿Diez años más?
-Mmmm… podría ser. ¿Tenés apuro? –cuestiona Nancy.
-Terminemos con esto. ¿Querés un café?
-Sí.
Ambos entran a la vivienda donde Arturo hace las veces de local. Prende la radio y se escucha el tema “Beutifull day”. Arturo prepara café para dos. Su novia se sienta en una de las sillas ubicadas alrededor de la mesa. Arturo lleva las tazas con café a la mesa. Lleva también cucharitas y azúcar. Prueba el café y lo encuentra a gusto. Nancy hace lo propio. Sentados frente a frente, Nancy rompe el manto de silencio tras un vacío de sonidos en la radio.
-Arturo, tengo que contarte algo.
-Si es una mala noticia ni me la des. Prefiero no saber.
-Te la voy a contar igual.
-¡¿Ahora?!
En la radio suena el tema “Desde este momento ahora”.