Con todo lo que te costó llegar sentirte cómodo con la vida, aparece un sesudo y te dice que tus problemas se deben a que estás apegado a una zona de confort. Entonces vos, resuelto, tirás el sommier, sacás los muebles a la calle y vivís como si estuvieras en un camping: dormís en una lona, comés en posición de loto con las manos y compartís baño con los vecinos. Y pensás: ¡ahora sí! Logré salir de mi zona de confort.
Pero los mismos problemas, temores y angustias siguen ahí, sólo que ahora no tenés dónde acostarte a contemplarlos y el terapeuta se quedó con tus últimos recursos, disfrutándolos en su privilegiada zona de confort.