Aquellos que todo lo saben

Escribo para que no leas, leo para no escuchar, escucho para que no hables y hablo para poder callar. La gente sólo escucha lo que quiere escuchar, hay un deseo previo que antecede al orador y si éste nos complace, le prestaremos atención; caso contrario, hay mucha gente hablando.
Eso decían los visitantes interplanetarios de nuestra Tierra: es un lugar con mucha gente que habla. Poco decían del lugar, el lugar era precisamente la gente, las estructuras pasaban a segundo plano y los paisajes poco llamaban la atención de aquellos, que sólo se interesaban en gente. En fin, como nosotros, que nos envolvemos en frazadas hechas de cuerpos, ideas y sentimientos cuando tenemos frío y nos zambullimos en mares hechos de cuerpos, emociones y pensamientos cuando hace calor. Y dicen –bien- que la sal cura las heridas, mas nosotros no estamos heridos, estamos más bien como Stella: Artois. Y quien se adentra en la lectura puede salir malherido o, al menos, todas sus concepciones previas corren el riesgo de hacerse añicos o, al menos, de encontrar otro enfoque, una vuelta de tuerca al punto de vista arraigado. No así aquellos, que todo lo saben. ¿Y por qué vienen? Sencillamente curiosidad.
Uno de ellos, alto, robusto, semejante a un pívot de básquet, blanquecino, parecía dirigir la comitiva con ademanes bruscos hacia la tropilla, pronunciando toda suerte de sonidos ininteligibles para mí. Los demás asentían, o eso era lo que me parecía desde la observación atenta que hacía de la situación. De repente, el grandote subió y los demás arremetieron con furia por la escalinata detrás de él, casi atropellándose los unos a los otros. Serían no menos de veinte, con indumentaria de colores parcos y oscuros, a rayas. Luego de un leve sonido agudo, comenzaron a crujir las hojas secas y los troncos sobre los que se asentaba el navío, que en un rápido despegue se alejó de mi visión, perdiéndose en el horizonte en breves milisegundos.
Todavía me pregunto por qué no me habrán querido llevar y optaron por dejarme sin la compañía de mi amigo Fermín. Él descreía de estas cosas, al punto de tacharme de loco cuando le hablaba de las apariciones que hacían en uno u otro punto del espacio terrestre, cuando le mostraba los archivos desclasificados de la NASA que daban cuenta de valiosos testimonios de su llegada o de las misiones que se filtraban a través de radios que interceptaban su mensaje y habían podido decodificar. Fermín, más Dios que ateo, sólo creía en la verdad, libre de ambigüedades y de contradicciones culturales. Tal vez mi perorata haya sido capaz de inocularle la duda en tales ámbitos, no lo sé, tal vez. O quizás de tanto escucharme quiso obtener algo en mano que no pudiese refutar y a las pruebas me remito ahora él está… bueno, vaya uno a saber dónde se encuentra Fermín.
Por lo pronto, espero que se encuentre bien. Aquí lo espero para que me cuente, con lujo de detalles, la travesía sideral.

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Sueños de vigilia

A veces los sueños de los hombres se hacen realidad o, mejor dicho, tienen su reflejo en la vigilia ( ¿por qué razón deberíamos llamar al sueño irreal? ). Y a veces, no obstante, los sueños que tienen lugar cuando dormimos no desaparecen totalmente con la llegada de la vigilia, al abrir los ojos, sino que se entremezclan en un todo que nos envuelve. Y a veces, sin embargo, algunos de esos sueños se tornan pesadillas que creemos olvidar al despertar, o al menos evitamos con ello su discurrir que parecía –en sueño- inevitable.
Lo mismo ocurre con la vigilia, que no siempre es pura y carga con ella sueños y ensueños, visiones y fantasías, ilusiones y temores, que con el transcurso del día se van desvaneciendo hasta que caemos dormidos en algún sueño maravilloso del que no querríamos despertar.

Chasco

Llueve hace tres días ¡un asco!
Confinados a vivir ¡un fiasco!
Sin puchos, un chicle ¡lo masco!
Y si me pica el tujes ¡me rasco!
Si no te bancás la pelusa: ¡damasco!
Encima se quemó el ¡churrasco!
Por favor, no me hables ¡en vasco!
De pedo sé lo que es un ¡peñasco!
Si de pronto vuelve algún ¡chubasco!
En el ropero hoy ¡me atasco!

El trovador baqueano poetiza el cenit

Mediodía sobre la ciudad, sobre el césped castigado por la bordeadora, sobre los árboles que dan vida a lo que le falta. Aquí nada sobra, nada está de más, nada es por demás demasiado poco, por supuesto mucho. El calor no es agobiante en otoño como en enero y las veredas ya despliegan sus mantos de hojas secas que crujen ante mis pasos, frente a cualquier paso, cansino o ligero, cobarde o austero, que pregona movimiento torpe o sutil, elegante o tosco, dándole tintes de colores intensos al gris predominante. Las casas pierden su color también, las pinturas que cubren las fachadas se decoloran precisamente en abril o principios de mayo, coincidente con la llegada de las lluvias, justo cuando aparezcan insectos y especies amantes de las bajas temperaturas y de la degradación ambiental. Por si fuera poco, es poco, y como mucho, debería ingerir menos alimentos. Pero es entendible o al menos intento entenderlo, al menos, es atendible, por lo que presto atención, a interés compuesto. Lo daríamos por supuesto si no fuera cierto, si el cenit no fuera momentáneo y sucedáneo, día tras días, tras la noche, y nadie ya le llevara el apunte, ni siquiera las sombras que atestiguan. Pero ahí están, como contraposición a la luz interceptada por objetos, algunas moviéndose displicentemente, otras estáticas. Veo estatuas cansadas de estos tatuajes, veo estatutos que dictan dónde distribuir los frutos de la riqueza, bien lejos de todo indicio de pobreza o ligereza que atente contra el progreso tecno, que tanta luz ha arrojado más que nada sobre los ojos. Y más que nada, todo. Me pregunto a qué le llamaré el todo sino al cosmos, aquello que todo incluye: cerdos, gavilanes, mujeres y lunáticos, trofeos y fanáticos, espadas y ensaladas. ¡Bah, puros berrinches de berretín! Tanto aquí como allá, hay mediodía, al menos tenemos esa certeza, verdad de Perogrullo. Pero, ¿Qué pasaría si…? No, no es posible pensar qué pasaría si, ya que evidentemente no. En qué extrañas formas se desenvuelve el pensamiento cuando el cenit atraviesa nuestros huesos, en qué rarezas se desentrañan los sentimientos cuando el alba ha dado nacimiento al mediodía, al trajín y al ajetreo, a la parsimonia, al letargo, a la siesta y a la prisa interrumpida repentinamente por legislación. La maquinaria retrasa el momento de ponerse en marcha, quizá por escarcha, tal vez por frío polar, demora su plan-plan, atenta a la excentricidad y a la excepcionalidad que se torna norma, devorando tradiciones y costumbres arraigadas. Particularmente, nada me resulta irrisorio cuando río bajo la corriente. Hoy no hay misa, ni ayer ni mañana, y no hay dioses rezando en el Purgatorio.

Buenos aires

Con sesudas reflexiones se va purgando el ambiente, se libera de impurezas, de las partículas de pensamientos retorcidos que expelen los caños de escape de los colectivos, automóviles y camiones; también de las motocicletas a vapor que lanzan humeantes sentimientos de rechazo al mundo moderno con sonoros rugidos de puerco espín. En las calles todo sigue igual: los gorriones buscan alimento desde bien temprano el amanecer y hacen migas con palomas, mientras los chimangos posan sobre los postes del tendido telefónico acechando algún resto de carne que dejen los perros, que son los amos del vecindario, con respeto al peatón y desconfianza de todo tipo de carteros, ciclistas y cartoneros. Y que no se le ocurra pisar las veredas a un rengo, porque va a tener que recordar lo que era correr con el atropello canino de estos ejes de la discordia. En concordato y a tono con el movimiento de los vehículos que atraviesan la avenida y cruzan las callecitas del barrio, los que realizan el reparto de mercadería, luego de escupir, se sacan la tensión que les provoca la rutina con la descarga física de energía al bajar las pesadas cajas y cajones desde los acoplados. No hay parejas ni enamorados caminando de la mano, ni niños corriendo o andando en bicicleta, no hay pelotas rodando ni gente grabando en los celulares. ¿De qué se trata todo esto? La normalidad perdió todos sus velos y se muestra desnuda, delgada, raquítica, afeada. Si uno no la conociera, probablemente se la confundiría con la muerte despojada de túnica. El aire es más limpio de lo que he dicho; basta con respirar profundo para vivir eternamente o hallar la fuente de la juventud, tan huidiza en las memorias de los literatos. Pero, ¿quién quiere juventud? La regresión es una perversión de una mente cansada, agotada, saturada de placer, como el que da la luz del día tras el crepúsculo rosado, ocre, amarillento, anaranjado que vaticina que el día llega cargado de bendiciones, y que el pesado sueño parece desdibujarse ante la aparición. Quién diría que la luna se apaga, así nomás, como un acto simple de delicadeza y reverencia. Salud. Y vida, desde ya, vida es todo lo que hay. No basta con hacer menciones a las frases que, recortadas con decoro, simulan reflexión, no, no basta. En el ambiente, bañado de silencios, un emoji vale más que mil palabras.

Fotografía de Jorge Guardia

Aunque no lo veamos, el cielo siempre está

Rondan la Tierra, entre brumas recuerdos
de los pelos al viento, de frente al sol
bicicletas rodando por la ancha avenida
de la gente paseando, festín, distendida,
de que el confinamiento era del caracol
y de su paso lento, de caminantes lerdos.

Al mirar hacia arriba, esquivando pantallas,
sólo veo los techos que dibujan montañas
y detrás de barbijos la sonrisa se empaña
si los números cuadran, hospital de campaña
seguirá con su vida si al mirar tras pestañas
quien la dificultad va sorteando cual vallas.

Aunque no lo veamos, reflejando infinito
en su aura majestuosa que redime las vidas
que se lleva en el pecho, junto al corazón,
ese sol tan radiante que brilla en la razón
y en palabras sencillas va curando heridas
si reflejan valientes este cielo bendito.

Alí Babá y los 40 jabones

Circula una teoría conspirativa, con crédito de altos científicos ( metro noventa y dos), que dice que el circo de lavarse las manos y usar barbijo es para que no podamos reconocernos y nos volvamos extraños en nuestro mundo, ya que a cara tapada nuestros rostros resultan indistinguibles unos de otros ( hoy me confundieron con un alcahuete de policía que portaba cubrebocas en una foto del diario) y con tanto jabón, es sabido, nuestras huellas digitales se borran. Por mi parte estoy empezando a desconfiar, y cada vez que miro un espejo le pregunto: ¿Quién sos? ¿De dónde venís, a dónde vas? ¿Estamos solos en el Universo?

Literatura y Web

La lectura puede también ser un momento de soledad, de intimidad con uno y la obra literaria, de encuentro con lo desconocido, de bienvenida a lo que en principio nos parecía extraño pero que luego se reconoce y resulta tan querido al saborear; la lectura abre, despierta y puede llegar a sacudir y, empleando la terminología actual, puede ser un momento de desconexión. No obstante, la lectura de literatura en la web o digital no proporciona ni facilita esta facultad a las obras publicadas. Tanto en redes como en blogs el lector sigue rondando o, mejor dicho, su cabeza sigue rodeada de todo lo que ello involucra y es difícil que tenga tal independencia mental como para desprenderse y abocarse o zambullirse en la lectura de lleno, salvo en contados casos. Pareciera como que el lector tuviera la intención de nadar en la piscina pero sólo se moja los pies, o ni siquiera eso, los zapatos. Y no hay allí cuestión de culpabilidades, ni de pereza del lector, sino que la misma dinámica audiovisual que se le imparte –lo quiera o no- lo lleva a eso, ni tampoco se puede responsabilizar al autor de las obras que despierten la atención, ya que cada escritor ofrenda lo que tiene para ofrecer al mundo dentro de sus posibilidades, talento y capacidad.
Ahora bien, el momento de lectura que antaño era consagrado ( y probablemente lo siga siendo entre aquellos que se abocan a la lectura de libros ) se pierde irremediablemente entre el consumo periódico de otro tipo de publicaciones de las que dan cuenta la inabarcable web. Y esto no quiere decir que no haya libros que sean malos y que sólo las redes son capaces de proporcionar basura, ya que los desechos de la cultura son más antiguos que lo que registra la historia escrita y máxime en materia artística. Tampoco se indica aquí que lo masivo sea bueno, sino que tiene algún atributo o virtud que hace que le llegue a mayor cantidad de gente, entre los cuales puede haber escaso criterio y entendimiento poco desarrollado o estar dando sus primeros pasos en lectura literaria. No obstante, estas obras, veneradas a veces, son las que tantas veces terminan por alejar al público de la literatura, ya que se forman ideas del conjunto en base a lo que van conociendo y, donde se presenta alguna con cierta dificultad, se alejan para consumir productos –en principio- más fáciles de consumir, valga o no la redundancia.
Por otra parte, leer literatura es como seguir el hilo de un pensamiento o, más bien, del pensamiento; y éste tiene idas y vueltas, curvas y contracurvas, avances y retrocesos, claridad y oscuridad, lucidez y regresión, dependiendo del autor y su talento, nuevamente, para comunicar. No se trata de que leer literatura sea una cuestión difícil o exclusiva de eruditos, sino que merece su dedicación, atención y esfuerzo y, por si fuera poco, muchas veces no ofrece frutos demasiado sabrosos. Por todo esto y por más ( la desvalorización de la literatura en sociedad, la proliferación de libros de autoayuda en librerías, la publicación constante y masiva de frases recortadas en redes ) es deber del autor esmerarse con tesón al momento de escribir literatura para que, al aparecer el lector adecuado navegando por la web, le salte a la yugular.

La acción del pensamiento

Escribir no es hablar, hablar no es redactar
escribir es al habla lo que la música al respirar,
y el llanto busca consuelo reptando también el suelo
el canto por aquél duelo no emprende tampoco el vuelo,
sólo nos queda la aurora y el presente a toda hora
no tiene, perdón, demora quien al hablar devora
ni tiene, disculpe, gracia quien vende torpe falacia
ni hay dolor, qué desgracia, que otorgue la verbigracia.
Por eso, entiendo, callar; hablar, opinar, comentar
es la acción del pensamiento que tiende a recompensar
y escribir -así al fallar- sublimando el sentimiento
puede dar cauce al pensar, morigera las alas del viento.

Un libro relegado

Hoy quise agarrar un libro con la premisa de que “los libros no muerden” y fracasé. Es decir, agarrarlo fue todo un éxito pero a la hora de la lectura fue un rotundo fracaso. El libro en cuestión se titula “Aguardando al año pasado” y cuando lo quise leer, ya desde el comienzo, en mi cabeza circulaba un rumor, como un virus esparcido por el aire, que entre línea y línea, entre cada párrafo, me distraía de la lectura en la que procuraba enfrascarme, errático por la temática actual: pandemia. Dejé su lectura para otro momento y me dispuse a escuchar algún tango. Era el momento de que Piazzolla me sacara de aquí, ya que afuera era un lugar prohibido, una vía de escape cerrada por la ley vigente. Y vi gente cuando me asomé a la ventana mientras escuchaba Libertango: eran los encargados de que los alimentos llegaran a los hogares, o al menos les facilitara la llegada a los mismos para quienes podían costearlos. La música, mágicamente, me transportaba no a otros lugares sino a otros tiempos; mal digo: me transportaba a momentos, a sensaciones, a fantasías, a sentimientos no localizables en el tiempo ni en el espacio. Eran vuelos naturales del espíritu que sólo ese tipo de arte, con artilugios, podía propiciar en mí. La lectura de la que tantos frutos había saboreado en tiempos de menor convulsión era ahora una suerte de lujo que los medios informativos esparcidos por doquier que difundían ininterrumpidamente la virulencia de la situación me impedían degustar, por lo que no había nada mejor que el deleite placentero de escuchar la buena música que me gratificaba ante tanto dolor y muerte atravesando todas las latitudes de la vasta Tierra y que prometían aumentar y proseguir en un curso desprovisto de beatitud y con tintes de amargura y desazón en un panorama lamentable. La muerte no es lo que nos cuentan, es lo que sufrimos; las pérdidas no son los cálculos que se hacen, es lo que nos duele. Y a pesar de todo, con el dolor y el sufrimiento a cuestas, tenemos que seguir: alguien espera que le lavemos los pisos, que le cocinemos un bife, que le cebemos un mate, que le sirvamos un café, que le escribamos un cuento. Y hay un libro relegado esperando ser leído. Afuera el sol ofrece tentaciones, no es otoño en los árboles ni en la calle; las estaciones se han distanciado del almanaque y un primero de mayo puede resultar veraniego, nadie sabe a priori.
El ambiente que se respira es de cautela, tampoco nadie sabe cómo será el curso de las cosas a posteriori, ni quiénes lo seguirán, los planes pueden variar “sobre la marcha” y aunque no tengamos planes, la vida continúa. ¿Será el fin de las certezas? No lo sé, las garantías que parecíamos tener se tornaron ilusorias. Ahora sólo queda aferrarse a la vida, que es cada uno de nosotros y más también, con lo que quede de ello, y desde las ruinas retirar los escombros y sembrar. Porque el corazón es tierra fértil si se lo sabe labrar. Y la música, por ejemplo la de Piazzolla, es una magnífica semilla para los frutos del mañana.

Ya no sé qué hacer conmigo ( Versión n°40)

Ya tuve que ir obligado a misa
ya repasé, ya ordené la repisa
ya me bañe con alcohol en gel
ya desayuné tres veces con miel.

Ya cambié de lugar la cama
ya lavé con lavandina el pijama,
ya postié en redes los buenos días
ya me preocupé y tuve alegrías.

Ya fui ético y fui atlético
y me quedé en casa como deber cívico,
ya leí a Coehlo y a Jorge Bucay
ya fumigué todo con spray.

Ya me cambié el pelo de color
ya sufrí las miles de muertes y el dolor
ya le di like a quinientos memes
ya estudié setecientos informes.

Y oigo una voz que dice con razón
vos siempre lavándote las manos con jabón,
cambiándome cada dos horas el barbijo
ya no sé qué hacer conmigo.

Ya me ahogué en un vaso de agua
ya leí los diarios de Managua
ya me tomé la fiebre diez veces
ya tomé vino, ya cené peces.

Ya creí en los milagros
ya me creí parte del agro
ya miré treinta horas de Netflix
ya escuché reguetón en remix.

Hice un curso de mitología
ya soy doctor en infectología
ya estudié la curva de contagios
y escuchando canciones dije: esta la plagio.

Ya me reí, ya freí, ya preferí, ya bailé, ya canté, ya interferí.
Ya salté, ya sufrí, ya charlé, ya chatié, ya videollamé
ya escribí, ya soñé, ya fumé, ya perfumé.

Y entre tantas dificultades
muchas de estas proezas son oportunidades
que serán las complicaciones
de las nuevas generaciones.

Y oigo una voz que dice con razón
vos a cada rato lavándote con jabón,
cambiándome cada dos horas el barbijo
ya no sé qué hacer conmigo.