Hechizaba con su encanto

Están los que hacen bien, sin mirar a quién. Y están quienes hacen mal, sin mirar a cuál, o mirando a tal. Hay gente que ha hecho mucho por un mundo mejor, que es el presente; y si fuera peor, notoria sería su ausencia. Mas la presencia de algunos ofrenda la diferencia, marca el paso y el ritmo de lo que podría ser, o llegar a ser. Y están quienes se ofrecen como salvadores, con un currículum decorativo que oculta sus intenciones.

Entre todos, el mundo se mueve, avanza, se paraliza, retrocede. ¿Qué será de las naciones, imbuidas de cultura globalizada, sin precisiones? ¿Y será la información sólo nuestra salvación? ¿Tendrá cabida el arte, en este mundo, o en alguna parte? ¿Quién le dará la estocada a la patria estrangulada? ¿Será el amor tan genuino, como perla, tan divino? ¿Habrá un vivir natural, en los gestos, escultural? El desarrollo te envuelve, transcurre y se desenvuelve, te toca, te marea, te trastoca las ideas que se entremezclan en el pensamiento o en el horizonte de los sentimientos que buscan con tesón la tranquilidad del corazón. ¡Oh salvadores de la humanidad! ¡Salváos de la inhumanidad humana! Y la herida, como dice el refrán, si no sana hoy sanará mañana. Pues la vida que nos sofoca, que hierve, que nos provoca, es la misma que algún día nos colmaba de alegría, y hechizaba con su encanto, como el canto de un jilguero, tan profundo tan certero que quizá nos dejaba helados, derretidos y fascinados. Bello y puro el amanecer, mas luego se contamina, de ruido, vida también, de rutinas y quehacer que le van otorgando al día euforia y algarabía, murmullo, tal vez poesía; y se colma de colores, de luz, de ricos sabores, y también por qué no de olores, de humo y de bendiciones. ¡Oh salvadores! ¡Escuchad también las plegarias de aquellos que claman el fin, el fin de su sufrimiento! Que no tienen escarmiento, ni voz, ni voto, ni pluma. Que se pierden en la bruma, o en la espuma de la orilla, que encuentran en la parrilla un placer tan intenso, olvidando del inmenso mar y oleaje de la existencia, que no encuentran referencia para plasmar su vivencia, y adorando la opulencia pierde la paz su vigencia, obtendrán así la reverencia. Alzad la voz por los locos, por los pobres, por los pocos, y guiadlos con su estrella por un camino veraz, mas que no sea fugaz, pueril y perecedero. Es cuando veremos crecer, y en la tierra florecer, aquello que llamamos bueno, aún frágil, bello y ameno, como un roce de ternura, simple, del alma pura. Podremos decir, acaso: ¡Miren! ¡Es el ocaso! Nos queda, entonces, la inercia, si pueda la complacencia, quizás seguiremos andando, anhelando sueños, buscando, con el frío tiritando.

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