
-Érase un país virtual.
-Ajá, ¿y qué pasaba?
-Nada. Todo era virtual.
-Ajá. ¿Y entonces?
-Hasta que de repente, todo comenzó.
-Ajá. ¿Cómo qué?
-Elecciones, protestas, fiestas, congregaciones, devoluciones.
-Ajá. entonces, ¿era real?
-No, seguía siendo virtual.
-Ajá. O sea, digital.
-No, no. Virtual, virtual.
-Ajá. ¿Y no había dolor?
-Sí, había dolor, pero era un dolor virtual.
-Ajá. ¿Y pasó a ser real?
-No.
-Ajá. ¿Y cómo se llamaba el país?
-Bueno, ese es un punto crucial de la narración. Como no tenía nombre, se dispuso una votación.
-Ajá. ¿Y qué votaron?
-Bananalandia.
-Ajá. ¿Y dónde quedaba?
-¿Qué cosa?
-El país, salame.
-No tenía territorio, boludo, era un país virtual.
-Ajá. ¿Y había gente?
-Sí, pero era virtual.
-Ajá. Bueno, me cansé, terminá el cuento.
-Entonces, cuando nadie se esperaba el zarpazo, ¡zaz! El país parió quintillizos.