Pinceladas XII

En Punta Alta, durante el otoño, el ocaso y el crepúsculo coinciden, se encuentran y se compenetran en un rosado cálido natural mezclado con el naranja ocre artificial de las luminarias de la ciudad. Las veredas se transforman en arroyos de hojas secas sacudidas por el viento y las escobas. Con el alba también aparecen las palomas en busca de alimento y los primeros motores que irrumpen entre los silencios matutinos. Las callecitas de la ciudad, vistas desde la óptica del transeúnte, se muestran tranquilas, coloridas y con un movimiento acompasado por el falso tic-tac de los celulares que marcan las horas, día y noche, en el que puede observarse a los conductores prendidos a las luces de la pantalla grabando un mensaje por audio o contestando otro de texto, cuando no manteniendo una conversación durante el trayecto. Ese ícono de la época que se acomodó en la palma de la mano de los seres humanos que atraviesan el siglo marca la dinámica mental que circunscribe el ambiente, y la ciudad no queda al margen, sino que pasa a un segundo plano, y está ahí –a la vista de todos- cuando se acaba la batería. No obstante, si no tiene algo que ofrecerle a la fotografía en pocos casos se le presta atención. El cielo, abierto, infinito, colorea las fachadas de las casas bañándolas de luz, cuando no de agua. Algunos comerciantes protestan con razón justificada y otros por deporte, mas las pinturerías nunca ven mermar sus ventas. Pintar es un método sencillo de dar vida a algo muerto. Ver aparecer color y vida nueva sobre lo viejo con las primeras pinceladas renueva también las sensaciones del alma, como al darse un baño de espíritu y dejar caer la suciedad que envolvía las ropas que cubrían el cuerpo. Cada pincelada en la pared colorea el interior y refresca el pensamiento aletargado, obliterado por la sucesión irreflexiva de imágenes que llegan sin fin y rara vez tocan lo profundo de nosotros. Cambié el teléfono por un pincel y pinté un arco iris multicolor, un ocaso sobre la playa, una multitud en un estadio, una ciudad que nunca duerme al despertar, y los colores comenzaron a caminar delante de mi vista, pertinaces, negando la muerte, como máxima de vida. La pintura, en tanto arte, conmueve incluso al que dice haberlo visto todo. Mi vista seguía recorriendo la ciudad, donde los gorriones competían ahora con las palomas por el poco alimento que podía haber sobre las veredas y las calles. Un chimango en el poste telefónico, bien alto, espera al acecho que los perros, dueños del barrio, olviden algún resto de carne. Latas de pintura, rodillos y pinceles desfilan desde los baúles hacia el interior de las viviendas. A todo el mundo se le ha dado por pintar, levantando la bandera aquella de “pinta tu ciudad y pintarás el mundo”, y todos –un poco- estamos pintando el renacer diario del mundo. Los automóviles también buscan con colores distinguirse del resto y ser vistos, y justo veo pasar un Twingo de un color único, o me parece verlo por vez primera, que se camufla entre el follaje de algún cedro. Hay motivos de sobra para pintar con palabras sentimientos y sensaciones, impresiones y movimientos que afloran en la superficie de las cosas, como el perfume del barniz y del esmalte impregna, inconfundible, el ambiente. Algunos conservadores se cubren la boca y la nariz para evitar la sensación de estupor que le causa la novedad, arraigados en lo antiguo. Pero la novedad es inevitable, como los sueños. Y en los sueños sin tanta posibilidad de colores para elegir también pinto, con acuarelas o con crayones, lo que surgía movido por el ocaso y las luminarias de la ciudad que apaga la noche. Pronto, a la luz del día, emergerán nuevos colores y tonos. Por lo pronto, sueño que tengo sueño, entonces me duermo.

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3 comentarios en “Pinceladas XII

  1. Me gustó mucho la prosa serena, dúctil y enjoyada. Vivimos inmersos en una especie de murmullo agramatical o estrépito incesante y abrumador de voces radiofónicas, noticias catastrofistas, ráfagas envolventes de una especie de música de ascensor, imágenes banales del televisor, correos electrónicos, notificaciones de redes sociales, irresistibles conversaciones ociosas que impiden silenciar la mente. Su post (para mí) es como un llamado o meditación hacia los pequeños milagros cotidianos. Para contrarrestar esta Babel de distracciones debemos pararnos, analizar, sopesar, templar, contemplar. Mucho (insisto) le agradezco su contemplación. Una contemplación de vivas palabras llameantes. Concluyo y aprovecho la ocasión para enviarle un saludo muy afectuoso.

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  2. Pingback: Arte sano | La otra mitad

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