Vidriera ( microcuento )



Parado, firme, estilizado y con estilo, viste un traje azul que lo pinta como el otoño pinta de ocres las veredas. Por un momento pienso que me está observando, y me lo quedo observando como desafío: la corbata no combina, me digo. Para mantenerse parado mirando la nada, el vacío, el espacio entre la gente, hay que tener al menos una cualidad tangible, la tenacidad, y quizás otra solapada, la persistencia; y es evidente que para mostrarse en público hay que tener una cuota paga de narcisismo, y al menos dos para no inmutarse ante los espectros que se detienen a observar su figura con distintas intenciones. Más de uno como mi amigo Juan cree ( y con justeza ) que podría posar mucho mejor allí mismo, con gran elegancia y que con un salario justo podría costear los bifes y el puré de calabaza que tan bien le salen a la patrona y que a los chicos nutren cuando el frío aturde. Pero las cosas se dan de diversas maneras, a veces incomprensibles, y este maniquí, que viste tal traje azul en la vidriera, este primero de mayo tampoco se tomará un respiro.

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El fondo del texto o…

La hoja en blanco representa un desafío, una invitación, un presente. La tinta que la va cubriendo debería tenerse por bien gastada, si las palabras que conforman el texto contienen algún valor, aunque todo sea simbólico, porque la hoja no es de papel ni blanca y la tinta sólo trata de caracteres sobre una pantalla, cuando la realidad pesa más que muchas palabras, cargadas de sentido y de razón, de sentimientos, de algún pensamiento más profundo, de las dificultades, de expresión, de fantasía necesaria e ilusiones. Queda sobre el fondo el tamiz de la hoja en blanco, simbología de veteranos escritores de pluma tenaz, tersa, figurada, que nos permite, nos facilita adentrarnos en un mundo donde las letras suplen las dificultades físicas, donde las palabras acarician el pensamiento contrastando con los surcos más ruidosos del cerebro, cuando la música -vaivén de melodías, sutil compañera de sueños y vigilias- no nos resulta accesible ni sorprende, donde el texto se desenvuelve ante la posibilidad de una lectura frugal que nos acompañe hacia la orilla fragante de un buen reposo. La hoja en blanco ante el escritor intermedia en la coacción del lector ocasional y se nutre de ambos: de las ideas precarias de uno, de las grandes interpretaciones de otro, y entonces comulgan, se genera el encuentro con epicentro en el trasluz del texto, de las palabras que adornan y decoran un pequeño espacio en la web, como insecto alado que vive un brevísimo tiempo y apenas tenemos suerte de observar, cuando no nos llega una notificación. Y entonces confiamos en el desafío que nos propone el día, porque como decía la canción en la publicidad: aunque no la veamos, la hoja en blanco siempre está.