¿Componer una poesía o ensayar un argumento? ¿Describir largos lamentos o despertar fantasías? ¿Debatir sin fundamento o estirar una agonía? ¿Completar la travesía o esculpir un pensamiento?
Entre esos debates está la madeja que deshilvana todo buen escritor. Y decimos bueno en el único sentido de que sus escritos no dañan, no es que escriba lo que en el ambiente se mal conoce como, y se le llama inocuamente, “escribir bien”, ya sea desarrollando una trama que respete sintaxis, gramática y que no transgreda las normas y pautas de convivencia entre todo lector convencional y un mero texto, cuanto no somero.
Porque por creerse por encima de ellas quizá caiga en lo más bajo de la literablanda, ya que aquello de letra dura ha quedado eclipsado por un caudal de imágenes un poco más fuertes que aquella palabra escrita, por más tesón y ahínco que le pongan, tanto el autor al escribirlo como el aventurado lector al involucrarse con el texto.
Una poesía puede constar en actas, del siguiente modo:
Como en un capullo, envuelta,
en sedas de recuerdos y deseos
en redes de palabras y visiones
limitada con algunas condiciones.
Sale vital del capullo en vuelos
cual alada mariposa, resuelta.
Claramente habla de la libertad, de la libertad de coincidir, de la libertad vital del momento de la transformación vital.
Por su parte, un argumento, se puede desviar hacia otros andariveles y, por qué no, desbarrancar en la banquina., como sigue:
“Esperemos que las beneméritas sacrosantas bestiales dirigencias por venir nunca se enteren que la literatura es un placer porque nos cargarían un impuesto como ya se ha hecho con el cigarrillo, la cerveza y pronto el choripán, con los cuales luego hay jactancia asfáltica como si además de con la pobreza de nuestros semejantes a pagar cómodamente en mil doscientas cuotas, pusieran el lomo y la pala que no han logrado domar. Por lo pronto, si hay un libro a mano, gocemos la lectura y no levantemos la perdiz”.
A su vez, un largo lamento puede dar letra a religiones populares, aunque en la época actual más bien se diría que, como por ejemplo Canadá, te ayudaran con una eutanasia a librarte de los males de la depresión y la angustia económica, no como un acto de bondad sino como un hecho de celebración del sistema vigente que arremete contra toda sensibilidad.
Las fantasías hoy las propician los teledispositivos, por lo que no ahondaremos en su trama, ya que se roba toda la atención del acaudalado público.
Lo que nos va quedando como corolario de la epístola al vacío es la posibilidad de labrar un pensamiento, de labrar con los pensamientos, que a veces se disparan como dardos sobre el blanco y otras, las más, pasan desapercibidos. Tengamos en cuenta que el público está en otra, en otra sintonía, en otra frecuencia, en otra dimensión, por lo que lo mejor, para todo buen escritor, sería dejarlos atravesar el camino hacia la eternidad en la mayor comodidad posible.
Señores, no incomodemos.
Apuntes de escritores
ENCUENTROS CERCANOS HUMANOS
Comenzamos hablando del calor del último fin de semana y, sinceramente, me ilusioné con que tendríamos una conversación fecunda donde podríamos tocar temas profundos que muchas veces por falta de tiempo o interés se nos escapan como el crepúsculo. Pero no. Estuvimos cinco horas conversando, no sólo del calor, sino de la lluvia, el viento y la guerra. Tétrico, como las noticias. Triste, como el vendaval.
Como en el juego de las sillas, con música bailo, canto y mi corazón está contento. Cuando para la música, deseo reincidir en el sentimiento y, o bien me dispongo a escribir, o bien busco la música, la armonía de la melodía con ansias. Dadme la música y todo es gozo, dadme un escándalo y todo es sopor. Soportar la vida es cuestión de estoicismo, o de elaborar una filosofía fecunda a partir de firmes cimientos. Y si no, decidme si miento.
Sobre la banquina, un letrero publicita o reza:
CÓMPRESE UN CHIQUERO Y SEA FELIZ
Y la verdad de las verdades, no es tan mala idea de no ser por los precios actuales y por venir. El porvenir es lo que nos inquieta, pero es a su vez lo que nos hace avanzar, sino estaríamos en un estanque como peces que hacen lo que mejor saben hacer, cual un bagre bigotudo que sabe hacerlo perfectamente: nada. En fin, nada surge de la nada, como dicta la expresión habitual en jóvenes y pelotudos. Las cosas surgen y se van haciendo visibles con procesos más complejos que el Tetris.
Los libros son una especie de mapas, en los que algunas veces te guían, otras encuentras el camino y otras te pierdes. Perderse en el laberinto de letras, diría Borges, hasta encontrar el rostro avejentado en un espejo de páginas es un desafío existencial, sobre todo para los amantes de la lectura. A quienes no leen nada no les recomiendo libros, pero ni aunque fuera tan hijo de puta. Los que ya estamos en el baile, lo mejor que podemos hacer es bailar. No sé si la cultura siempre nos hace mejores. Hay gente que se embrutece discutiendo de economía. Uno, como cualquiera, ve que las cosas van ( bien, mal, camino a ) y también ve que a veces no van, no caminan, no funcionan, y alza la voz: ¡Señores! ¡Paren de guerrear! Pero es inútil, el sonido de los disparos suenan más fuerte hasta dejarnos sordos.
Y a través de las pantallas, con gusto o con sabor amargo, todos vamos conociendo el mundo. Algunos se han comprado su buen chiquero y lograron ser felices. Otros continúan bailando al son de la música deliciosa. Como decía Einstein, lo importante es no dejar de hacerse preguntas: ¿A dónde dirigen el mundo los cornetas? ¿De qué va a trabajar la gente cuando todo sea automatizado y robotizado? ¿Quién va a componer la más maravillosa música?
Tiempo. Hace falta tiempo.
Y de postre, bacalao
Le están atribuyendo frases a Séneca y a Epícteto que más bien parecen de un principito de la autoayuda. Ayuda es algo que se da o no se da y, si se pide, hay que saber a quien hacerlo.
Leo y releo, por algo me dicen Leo, y no me enredo. Ahora que la vida es virtual y la inteligencia artificial vamos prescindiendo del ser humano en su profunda concepción.
No sé si serán ciertas esas noticias que hablan del calor insoportable del infierno, del fuego eterno, tal vez, no lo discuto. Pero lo que sospecho es que en el infierno hay mucho, pero muchísimo ruido, constante , incesante, atronador, y en caso de haber algo de música, es muuuuuuy mala.
La gente juzga lo que hacés y lo que no hacés. Por ejemplo. Vos pasás caminando, y uno dice mirá cómo camina este cara de nabo. Pero ahora vos no salís a caminar, y un jetón dice por qué no saldrá a caminar este cabeza de bondiola. Y con lo que se dice ocurre algo parecido porque hoy día la palabra es algo que se ve, un elemento visual, como esta breve disertación:
-Señor, el tiempo es oro, ¡es cierto! pero no obstante hay algo que entendió mal: ¡Nuestro! tiempo es oro, ya que corre a favor; el suyo es una cerveza y un puñado de maní. ¿Nos va siguiendo?
Vayamos terminando, vayamos despidiéndonos, porque si no canta la esperanza es mejor que cante la guitarra.
Y a propósito, qué bueno sería que le aflojen a tanto tanque, misiles y balas por el estilo, se compren unos chasquibunes ( que hacen ruido pero no matan ni lastiman a nadie ) y se dejen de joder, ¿no?
LETRAS Y PARADOJAS
En esta época creer que un texto incide en la vida de los lectores es pecar de ingenuo. Podrá, sí, tener un impacto directo, pero será sólo momentáneo, de ínfima duración. La atención es lo que ha cambiado con el advenimiento de la tecnología y la profusión de redes sociales. Si bien quedan lectores que se tiran de lleno a la pileta de un libro con escasas distracciones, éstos son casos aislados o fuera de la sintonía social.
El escritor que busca trascender deberá tener en cuenta varios aspectos. Principalmente, saber que trascender es ir más allá, ¿pero más allá de qué? Hoy cualquier texto puede –y de hecho lo hace instantáneamente- trascender fronteras y franjas etarias con facilidad, pero difícilmente se ´pegue´ al lector más que por un breve instante por la dinámica de todo lo que nos llega continua e incesantemente, dejando velozmente todo en olvido. El texto vive en cada lectura, pero esa lectura tiene un carácter de breve, momentáneo, ínfimo. Por eso muchos suelen dar el consejo de que deben escribir textos cortos para que, al menos, sea leído, privándonos a los lectores del desarrollo de una trama, un pensamiento que podría ser de una gran riqueza y placer para los que lo lean.
Escribir con esas limitaciones es como tocar música para un público que no le gusta la música en absoluto, entonces uno se pone a bailar y a hacer trucos de magia para intentar gustarle. Breve o extenso, el texto es un decir cosas, y esas cosas se pueden decir de muchas maneras porque el lenguaje es ilimitado en su naturaleza aunque tenga limitantes en sus reglas.
Decíamos entonces que la atención se desvía del foco continuamente. Un texto que atrapa al lector es un texto efectivo, lo cual no es sinónimo de bueno. Resulta pues efectivo en el hecho, pero para conquistar al lector haría falta algo más: que le guste y hasta incluso lo seduzca o lo convenza. Atrapar al lector, gustarle y seducirlo o convencerlo serían los atributos de un texto que trasciende, que va más allá de lo habitual.
La lectura activa del texto da el veredicto y esto puede o no llegarle al escritor, como un comentario al texto al pasar o detenerse sobre los márgenes.
Después se encuentra la problemática de cómo darle trato a la temática: explayarse, puntualizar, dar cátedras. Con el correr de la tinta sobre el blanco fondo el camino se abre ante la pluma del escritor y ante los ojos del lector, que está a la espera de cazar algo, aunque más no sea una perdiz donde comer feliz.
Veamos el siguiente ejemplo:
“Dejó el club de sus amores para irse al club de sus rechazos; antes pasó por el club de sus rencores, por el club de sus indiferencias, por el club de sus intrascendencias y por el club de sus admiraciones. Finalmente, llegó al club de sus temores.”
El texto puede brinar algún tipo de sensación, alguna insinuación, y si es breve, dos veces bueno. No es el caso. Seguimos quedándonos con hambre. Decir todo se asemeja más a atiborrar la página de símbolos negros que a un pintor desquiciado, mientras que llenar la página de símbolos para finalmente no decir nada, no introducir vestigios de novedad es pecar, no ya en el ámbito de la estafa al lector, sino de estúpido, en tiempos en los que se desarrolla un culto pagano a la delgadez, al tiempo que a la inmediatez, al tiempo que a la insensatez concomitante.
A cierto escritor que preferimos omitir su nombre, escribir lo ayuda a pensar con mayor claridad, a darle cauce al flujo de pensamientos que se resisten, que doblan y se entrecruzan en senderos angostos y a veces van a parar a un callejón sin salida, no quedándole más remedio que sentarse en un rincón a esperar ver la luz del amanecer que le señale, que le muestre que la salida estaba ahí mismo, detrás de su espalda, y era justo por donde había llegado, según contaba en diversas entrevistas. De hecho, muchos talleres de escritura consisten en terapias de autoayuda y hay psicólogos que mandan a sus pacientes a escribir, básicamente para desembarazarse del problema.
Pero volvamos a la fuente de nuestras angustias. Leemos y escribimos. La lectoescritura nos acompaña día a día más que nunca, al menos a muchos de los que cohabitamos la Realidad. A otros, a muchos otros, las letras no les mueven un pelo y está bien que así sea. Lo imperioso de escribir ( ¿hay necesidad de escribir o es mero daño colateral del hecho de existir en un mundo globalizado? ) si es que existe algo así, es la característica humana de tener la palabra como medio, la comunicación como anhelo y la comunión y el encuentro con los demás como parte inherente de toda vida sustanciosa, jugosa y fructífera. El resto es cháchara. En un mundo cooptado por el trogloditismo, hacer uso de la palabra escrita es un acto de reivindicación cultural, un arcaísmo centrado en la voz particular que él mismo sistemáticamente desoye por mandato de las altas cumbres rastreras, valga la paradoja.
Veamos el siguiente ejemplo:
“La suciedad es un concepto puramente humano que no existe en la naturaleza. Lo que para unos es mierda, para otros seres de especies inferiores es un apetitoso alimento, un remedio natural o un fertilizante de tierras. La diferencia está en el uso que hacemos del conocimiento. Por lo tanto, seamos humanos, limpiémonos el culo.”
El texto actúa como un disparador de ideas. Las ideas muchas veces son palomas en el cielo de la mente, y algunas cargan una belleza y una tranquilidad que pocas veces encontramos en lo cotidiano. Por lo tanto, sigamos escribiendo pensando en los demás, quienes tienen la capacidad de hacerlo, y sobre todo, no seamos brutos: leyamos.
Agua va
Van quedando pocos interlocutores en este mundo globalizado, las gentes prefieren pisarse unos a otros a la hora de hablar, cuyo consuelo tecnológico es el mentado chat. Desde que existe Facebook, muchos han dejado de preguntarse ( de preguntarles a los demás quiero decir) que piensan al respecto de algo. El pensamiento -por normativa- es algo de lo que hay que huir, en el que la indiferencia es la moneda corriente.
Claro que hay excepciones. Alguno se detiene a dejarle unas monedas al músico en la plaza, pese a que la música hoy día más que tocarse se fabrica. Pero bueno, quedan almas sensibles tras el huracán, como árboles de firmes raíces que soportaran estoicamente los embates del temporal.
Las ideas se diseminan de tal forma que una vez arraigadas es difícil tirarlas abajo, combatirlas desde el amor ( Maná dixit ). La utilidad de las palabras, además de la comunicación a la hora de obrar y del entretenimiento, radica en la facultad de pensar, de profundizar en temáticas y de elaborar vía el pensamiento, lo cual requiere cierta disciplina, cierto entrenamiento para el cual una mente entrenada solo para reaccionar se pierde las posibilidades de la asimilación, la contemplación y la recreación de la ideas y su belleza y magnificencia.
Anoche escuchaba a Dolina y, entre muchas expresiones, decía algo así como que para valorar la excelencia en las artes había que tener cierta estatura. Y lo cierto es que con la nube sobre nuestras cabezas, nube de ruido y polvo, nos impiden volar, las cosas adquieren una chatura del orden de los gnomos de Groenlandia, si los hay, o de los sapos del jardín donde el croar de unos no se distingue del de otros y caemos en la zanja en la cual «todo es lo mismo», pero no por elevación sino por embotamiento. A veces discernir lo bueno de lo oscuro es un buen ejercicio.
En otras palabras, a falta de un buen interlocutor siempre está la posibilidad de lanzar una botella al mar con nuestras ideas en un papel y dejar que la corriente haga su trabajo, porque no hay nada más misterioso que la casualidad, porque el sabor del vino en los labios nos hace olvidar la botella a la deriva.
Tapa dura
Una persona puede ser un libro abierto ( como se decía antaño ) pero la gente olvidó el arte de leer.
Se entendía entonces, que un libro abierto era una fuente de muchas cosas valiosas.
Aquí es muy común que los libros se vendan como reciclaje de papel. Otros más ingeniosos los utilizan para apoyar el mouse de la computadora o como posapavas. Y como en los libros uno puede encontrarse con cualquier cosa, desde historias muy jugosas a narraciones tediosas, desde diálogos sustanciosos hasta solamente ruido, es natural que con las personas ocurra lo mismo, y muchas veces los lectores poco versátiles se dejen seducir por la tapa, el título o el nombre del autor y se lleven un fiasco.
No obstante, leer, en ocasiones, puede ser muy gratificante, muy reconfortante y sumamente satisfactorio, no sólo libros sino libros abiertos como suelen ser ciertas personas. Claro que para leer hay que tener cierta disciplina, cierto entrenamiento en la materia, hay que disponer de tiempo, además. ¿Alguien sabe con precisión qué guarda -como tesoros invaluables – una persona que ha recorrido un camino de vida, atravesado por piedras, perros salvajes, corridas, encuentros, grandes amistades, derrotas, mil sabores y alegrías incalculables? Y lo mejor es que se mantiene sobre sus rieles y prosigue, tal vez esperando, ansiando, ser leído. Pero no, la gente va, llega, saca una foto, y se va. Digamos que olvidaron el arte de leer, tampoco es cuestión de culparlos porque la sociedad como está planteada los va llevando hacia sus intereses.
Tal vez los teléfonos que albergan tantas tapas de libros ( estamos hablando de fotografías de personas) se están reciclando para convertirse en algo todavía mejor. No lo sabemos.
Por lo pronto, los que han alcanzado cierta estatura como para ser capaces de disfrutar de una buena lectura, tendrán que revolver entre muchas cajas de saldos de libros usados hasta dar en la tecla, o encontrarse con alguna persona de valor que abra sus páginas al aventurero.

Trastos rotos
Las cosas se perdieron hace tiempo y el tiempo nos va cambiando, nos pone canas en la barbilla, nos teje arrugas en el rostro y nos deja monedas en el bolsillo. Muchas de nuestras imaginativas acciones son un intento de patear a la muerte para más adelante, una persuasión con dotes de instintiva y reto intelectual. No la muerte en sí, sino el tema que nos preocupa. No obstante, generalmente ni siquiera existe el tiempo en que recurramos a ello con tanta muerte a diario, alrededor e incluso en estrellas lejanas y galaxias prometidas. Las cosas se pierden y otros las encuentran, como un encendedor que se nos cae caminando o como aquello que tanto trabajo da construir para que caiga un huracán desde los cielos y todo se vuele al demonio. Entonces la gente va, recoge las chapas y la dignidad. Tras la pandemia nada es lo que era, nada será lo que insinuaba, ni siquiera nosotros, aunque hay talentos que resultan prometedores, y en ellos hay esperanzas para los que tengan en suerte encontrarlos, como esas cosas que se perdieron entre barbijos y sinfonías. No sabemos bien qué ocurre en Bangladesh, las noticias que llegan son escasas a pesar de la era de los globos hiperconectados, pero aquí lo único obligatorio y seguro es justamente el seguro obligatorio del automotor.
Enero primero
¿Necesitamos las palabras? ¿O las palabras nos necesitan? En cualquier caso, con los años digitales todo se vuelve artificial, incluso según consigna en actas la Real Academia. Qué nos queda, se preguntan los humanistas más aventurados, y nos queda todo, incluso todo por hacer, todo por querer, si es que hay ánimos de brindar y/o de brindarnos.
Que este nuevo año calendario traiga lo que consideramos que nos falta, y que no falte salud y alegría.
Veintitrés, allá vamos.
Felices naderías
Más se sabe, más se sabe lo poco que se sabe. La filosofía no es un saber, pareciera una manera de entender, una forma de ver y de encarar. Ya alguien nos dijo algo del todo relativo, y relativo a esto puede resultar algo divertido que nos saque del agobio ( de distintas índoles: climatológicas, disputas económicas, tedio por monotonía, limitaciones eléctricas, relaciones complejas, etcétera) o al menos que en su relativa distracción nos dé un poco de aire, sea éste para proseguir con otros bríos o para virar a la izquierda, pese a las prohibiciones de los carteles en rutas y acantilados. En un pueblo cercano eran tan estúpidos que, no teniendo qué adorar, veneraban leyes. Y al girar como gira el mundo vemos que hay etapas de la vida, si se quiere, en las que parece inútil profundizar, teniendo en cuenta los tiempos en la cultura del descarte. Por lo pronto, scrolleo luego existo.
sin signos
Quiero escribir un texto que no tenga ni tildes ni signos extraños como puntos y comas salvo los de la i o la jota pero el problema que surge es que todo se va entremezclando y al no contener pausas el lector se puede quedar sin aliento y perecer en la lectura si el texto se hace demasiado extenso o muy largo con dificultades para asimilarlo aunque no haya mucho por asimilar en este experimento literario ni tampoco mucho por agregar salvo celebrar la victoria en la propuesta pospuesta tantas veces por alguna u otra causa que en este momento no llego a desentrañar pero que a todas luces se muestra como exitosa en la empresa de lograr lo acometido lo cual no es poca cosa ni de baja estofa con lo cual se me apetece agasajarme con un estofado si es que los alimentos no prosiguen su tendencia alcista que piden pista para aterrizar y darnos un remanso al bolsillo agujereado que tanto ha luchado por subsistir entre cardos rusos y crema americana con la creciente idea que ha barajado de seguir los pasos del cantante Heredia y su himno Sobreviviendo en el cual se alegra de ver a los animales pidiendo paz lo que no es poco decir ni tampoco todo lo expuesto en esta contienda verbal que me saca del letargo y me hunde en el llano del hombre de a pie que se le ha pinchado la bicicleta y sin mayor remedio que salir a caminar el mundo da por terminada la jornada laboral al meterse en la cama tras la ducha colocando un punto final
Una pinta de tinta
«mejor seguir, mejor soñar»
Sui Generis
Algunas veces nos ocurre, a quienes trabajamos con las palabras, con la semántica, con la gramática y las emociones, que tenemos el impulso de escribir sin tener una o varias ideas fijas de lo que vamos a decir. El desafío que nos imponemos es combatir el silencio de la hoja vacía, la búsqueda de expresión, de claridad, el deseo de brindar algo que llegado el caso podría conmover, entretener o divertir y emocionar al lector ocasional. Entonces narramos, inventamos historias en la histeria de las pasiones, deletreamos, masticamos los términos antes de volcarlos, mucho antes antes de dárselos al público que tratará si le apetece desentrañar la simbología de la palabra escrita y (¿Por qué no?) saborearla, degustarla y empacharse con la lectura.
Sin embargo, otras veces, en otras ocasiones, quienes nos astillamos los dedos con la pluma, tenemos cosas por decir ( recuerdo un dibujo que observaba de niño, donde una tortuga montaba un globo terráqueo, y la frase que acompañaba el mismo decía: hagamos el amor y no la guerra ) pero si no contamos con algo de talento y varios recursos literarios la expresión trata de una opinión más entre milmillones, por lo que le buscamos la vuelta, la veta artística y ( ¿Por qué no?) comercial para que la exposición cobre interés en los lectores, despierte sensaciones, estimule y vivifique, escapando del llano y lo torpe del pensamiento plano, con las cualidades de la abstracción, de la analogía y el paralelismo, el sentido figurado y todo lo que puede presentar una narración cuando tenemos algo que decir de las tantas cuestiones que conlleva la cultura, en tiempos de paz o con los precios por las nubes, cuando la vida nos sacude de tanta realidad o cuando buscamos un artificio entre los sueños que nos permitan vislumbrar algo más benévolo.
Y otras veces, quienes pintamos letras, le damos un flujo de salida a lo que nos revuelve las tripas y nos revolotea sobre la cabeza desde las entrañas de las historias que la gente nos cuenta cuando se abre a otras percepciones de sus vidas, como Fabio que me contaba, tratando de calmarse fumando en pipa, cómo había comenzado a transitar el camino de la locura desde el ininterrumpido e insoportable ladrido noche y día de su adorable caniche Félix.
El fondo del texto o…
La hoja en blanco representa un desafío, una invitación, un presente. La tinta que la va cubriendo debería tenerse por bien gastada, si las palabras que conforman el texto contienen algún valor, aunque todo sea simbólico, porque la hoja no es de papel ni blanca y la tinta sólo trata de caracteres sobre una pantalla, cuando la realidad pesa más que muchas palabras, cargadas de sentido y de razón, de sentimientos, de algún pensamiento más profundo, de las dificultades, de expresión, de fantasía necesaria e ilusiones. Queda sobre el fondo el tamiz de la hoja en blanco, simbología de veteranos escritores de pluma tenaz, tersa, figurada, que nos permite, nos facilita adentrarnos en un mundo donde las letras suplen las dificultades físicas, donde las palabras acarician el pensamiento contrastando con los surcos más ruidosos del cerebro, cuando la música -vaivén de melodías, sutil compañera de sueños y vigilias- no nos resulta accesible ni sorprende, donde el texto se desenvuelve ante la posibilidad de una lectura frugal que nos acompañe hacia la orilla fragante de un buen reposo. La hoja en blanco ante el escritor intermedia en la coacción del lector ocasional y se nutre de ambos: de las ideas precarias de uno, de las grandes interpretaciones de otro, y entonces comulgan, se genera el encuentro con epicentro en el trasluz del texto, de las palabras que adornan y decoran un pequeño espacio en la web, como insecto alado que vive un brevísimo tiempo y apenas tenemos suerte de observar, cuando no nos llega una notificación. Y entonces confiamos en el desafío que nos propone el día, porque como decía la canción en la publicidad: aunque no la veamos, la hoja en blanco siempre está.
Nostalgia
Me gusta
la lluvia que no moja
el viento que no sopla,
el sol no me calienta
la luna no me llena.
Las cosas que van quedando atrás
Si no escribo parece que falta algo. Escribir también puede ser darle significado a todo lo demás, comunicarse con otros de un modo sublime. Es también una obsesión, claro está, parte integral de todo escritor. Peri Rossi, que no me dice mucho, ganó el Cervantes. Estar disconforme con la cultura es común, salvo que todos lo canalizamos de distintas maneras. El malestar en la cultura, tituló Freud. Y exceptuando los problemas de orden físico, todos buscamos atenuarlo: con la regia poesía, a través del apetito sexual, con el disfraz de las adiciones, mediante la interpelación del arte o con la búsqueda de un diálogo sustancioso que a veces se transforma en un diálogo entre las dos caras de uno mismo, diríase los hemisferios. La satisfacción y su búsqueda, el encuentro y la pérdida, son solamente variantes, puntas, de un todo holístico que en diferentes planos actúan en nuestro ser, muchas veces postergados por los compromisos o porque la vida impone condiciones, como un pequeño peaje que nos cobra por el paso sobre tierras previamente conquistadas, dominadas a fuerza de destrozar el valor de la palabra y legitimar el costo del envase. No logré cambiar el mundo y tampoco era mi intención, qué más da, pero esta cerveza bien fría nada me va a impedir destaparla.

Fotografía del ojo artístico de Jorge Guardia, en La Plata.
Nota para quienes siguen «La otra mitad»
El sitio de alojamiento del blog, WordPress, dispuso que se publiquen entradas «patrocinadas» en los sitios gratuitos como el presente, La otra mitad, para intereses propios comerciales, ajenos a los de los autores de cada uno de ellos, con todas las molestias incluidas.
Por el momento, es posible que vean entradas y publicaciones sin relación con otras publicaciones e intereses propios.
Mis disculpas del caso.
Un abrazo.
Al sur de la frontera
No sé qué ocurre detrás de la pantalla que les muestra este texto, pero por estos lares llueve, y llueve más adentro que afuera. Será por las goteras, goteras en los sentimientos al ver a través de las pantallas, al recorrer las calles, las miserias que se viven y que padece nuestra gente, sentimientos encontrados porque, claro, así mismo se gozan de los bienes que la vida ofrece. Sí, hay cuestiones de injusticia que podemos corregir con entusiasmo, y siempre podemos dar una mano a quien lo requiera, pero hay otras que en el mundo maquinal escapan a nuestra jurisdicción, a nuestro ámbito del quehacer y es allí donde una palabra cálida, sentida, puede aliviar los malestares como la medicina que llega justo cuando nuestros males se acrecientan, cuando la esperanza se marchita como el frío invierno en un suave chillido musical de la mente. Necesitamos un nosotros que prescinda del ustedes, por anexo, por humanidad o por lo que corno fuera, un nosotros bien entendido, un tú-y-yo sin conjunciones que nos separen, algo que sólo ocurre con la maravilla que place la música que nos invita a bailar. Llueve, casi lo había olvidado estando empapado de agua destilada, y es una lluvia que nos invita a buscar refugio y a soñar, como lo hacen los niños sin pretextos, aunque con los berrinches típicos porque querrían seguir jugando. La calle es tan gris como el domingo, pero los lectores tienen 32 mil colores en las pantallas que le impiden ver. El día no es triste, ni alegre, ni divertido, es el cuadro que pintamos con los pinceles del alma, esperando, sintiendo, conversando, escuchando, dando un poco de cada uno de nosotros cuando un ser humano se acerca con curiosidad y dialogamos acerca del porvenir, de nuestra gente, de esta lluvia insidiosa que no nos permite acariciar la primavera.

¡Los Blogs Nadie los Ve!

Hace una semana, mi amor, estaba conversando y quiso contar las cosas que hacía. En consecuencia, mencionó mi blog. Me pareció curioso lo que me contó en términos de secreto. Se acercó y me susurro casi al oído: -mira, ellos dicen que los blogs nadie los ve. -Es cierto, le dije. Él me miró con […]
¡Los Blogs Nadie los Ve!
Por gente que piensa lindo y escribe lindo como Karol, es por la que hay muchos blogs tanto como el suyo que vale la pena leerlos.
El muro que no cae
El antiguo corrector ortográfico de mi teléfono, al escribir la palabra “otro” me la cambiaba automáticamente por “muro”. Lógicamente, esto obedecía a que los números que representaban cada letra eran los mismos. Sin embargo, cuántas veces nos encontramos ante un muro en el otro, insensible como piedra, sordo como tapia, cuando lo único que necesitábamos, antes de que nos venciera el sueño, era una palabra sentida. No obstante, la Vida misma siempre busca llegar al que está buscando, quizá de un modo incomprensible, y esa palabra, ese aliento vital, nos llega desde una página, desde un diálogo en una película, cuando el alma se ahoga en el lago del desaliento. Por eso, aunque duela y sea costoso, lo mejor es resistir, no ceder los terrenos conquistados, porque cada paso que hemos dado en el camino, incluidos los pasos en falso, nos han enseñado a caminar mejor, a mantenernos erguidos ante la indiferencia y a no reflejar con nuestros actos todo aquello que nos doblega en la calidad humana, cuando la única luz que alcanzamos a observar es la del fondo de las pantallas de los televisores que nos han entrenado para ser dóciles espectadores de nuestra propia vida. Y quizás, de tanto oír con desgano que somos seres de luz, un día lleguemos a luminarias.
Epifanía de escritores
No sé cómo vienen ustedes, mis estimados colegas de pluma que manchan de tinta las flores, con vuestros lectores en estos tiempos, pero a mí me lee a diario nada más ni nada menos que nuestro criollo y nunca bien ponderado Don Corrector Ortográfico, estratega de la parapsicología y videncias y gerente de viáticos imperecederos. Con esto no quiero despertar vuestra envidia, si no los lee ni mi abuela resucitada, ni mucho menos, cuando obsequian con palabras bonitas, crudas, resecas grandes sensaciones que colmarían de emoción a una mortaja, pero baste con decirle que hay que seguir afilando el lápiz, que hay que entintar la hoja en blanco con los mejores sentimientos en pos de las generaciones venideras, no claudicar ante el avance de la hermenéutica, y sobre todo hay que darle cauce al río verbal para que los lectores del mañana tengan la posibilidad de dormir calentitos y soñar, porque este mundo lo soñaron nuestros antepasados y mal que mal tiene su toque de belleza en los jardines primaverales de la cultura, con entrada libre a cambio de un paquete de arroz, y en los museos apostados en las mazmorras de la civilización encontraremos, sin descifrar, los papiros que nos indiquen la ruta de regreso a nuestras más bellas ensoñaciones. Por eso y por mucho más, escribid al alba y al poniente, escribidle a la bella durmiente, escribidle a la gente, que si alguien os lee, un solo varón, habremos vencido al convenio colectivo de la estolidez que nos tenía sojuzgados a la intemperie de la idolatría pop, guardados en un rincón, como una planta de potus sin regar, esperando la muerte. Recordad que alguien leerá el título de vuestras vidas y se colmará de gozo.
La hora de la lectura
Compro libros que no sé si la vida me va a permitir leerlos, no sé si el tiempo me ofrendará la posibilidad de concederme las horas necesarias para enfrascarme, entre el trajín de lo cotidiano y los quehaceres, entre la voz que sale y se desmigaja y el poniente que me dice que el día se tira a reposar. Los tengo en un rincón, despojados del valor de mercado, como quien espera estacionar el vino, para degustarlos y sacarle el jugo cuando los minutos no me cobren peaje, para cuando la aventura sobre un caballo me diga: ¿Vamos a dar un paseo?
Pareciera
A veces, globalizados, la vida es un scroll de pantalla, con mucho para mirar, poco para conservar o retener. Las imágenes se convierten en un río caudaloso, en un torrente vertiginoso sin mucho por decir, más que detractar nuestra atención. ¿Y quién es el beneficiario? Lindo título para una película. Antaño, la vida se comparaba a una película, hoy es un scroll cuasi infinito donde la muerte se nos presenta como un pantallazo azul, tieso, inexpresable, en el que esperamos que aparezca el técnico que venga a solucionar el desperfecto o nos restaure a valores de fábrica para reemprender nuestro camino en las viñas del Scroll.
Leer es una avenida de poco tránsito
Con la lectura el día tiene un paso lento. El trajín de los peatones son frases u oraciones que parecieran pasar como la señora va con los años y el gorro a cuestas hacia el almacén, o como el hombre camina con la barba por la mañana atravesando el aguanieve en busca de un atado de cigarrillos que le permitan pensar en otra cosa, y no en los males de la vida, que se disuelve como humo en el ambiente. Las palabras caminan, lento pero firme. Nunca en fila india, sino dispersas, noctámbulas, quizás con un hilo conductor que las lleva como buen pastor a las ovejas a un prado verde y a un afluente. Con la lectura, la vida se torna calma, como cuando la hamaca de las frustraciones se detiene y dejamos de prestarle atención, la atención de niños, al movimiento y nos centramos, nos enfocamos, en el paisaje que nos rodea como esa madre al niño que busca el refugio, el calor, y empieza a conocer el amor. Los puntos suspensivos propician la pausa justa para atarse los cordones y proseguir el camino sin tropiezos. Los puntos seguidos son como el parpadeo de los ojos, como el suspiro que nos permite llenar los pulmones, y continuar apalabrando el aire. Detenerse en una palabra, en una oración, puede transformar nuestra vida. Pero no hay tiempo para detenerse, porque el texto prosigue, porque el trajín continúa, porque esta lluvia no cesa, porque la música nos hace bailar para no perder la silla cuando se detenga. Y vaya si hemos bailado… Por eso continúa este periplo, por este sendero. Porque el camino que recorro aún no está trazado, y caminar es ir viendo cómo se abren las puertas de lo que fuimos, de lo que somos, de lo que seremos.
SEGUIDORES AL OTRO LADO DE LA VENTANA
Por costumbre o hábito, suelo publicar en este blog directamente mis textos, generalmente cuentos o poesías, y también algunos otros que no tienen una estructura bien definida, por lo cual no me detengo un momento a hablar del hecho que consiste en llevar un blog adelante, salvo desde el punto de vista de la escritura. Pero en esta ocasión, quería agradecerle a quienes se detienen unos minutos a leer por aquí, por este espacio ¿virtual? y dejan su huella con un like, si es que tienen cuenta en WordPress, o algún comentario de aquellos más osados o a los que la lectura les ameritó decir algo al respecto.
Cuando escribo y publico espero que lo expuesto pueda llegar a gustarles y si transmite algo más, mucho mejor, pero a la hora de crear a través de la palabra uno no sabe ni a quiénes ni de dónde serán los que les pueden gustar mis publicaciones, por diversos motivos culturales, etarios, intereses, etc. Por lo tanto, les agradezco a cada uno de los que visitan y visitaron al día de hoy este lugar, llamado La otra mitad, en referencia a que es el lector la otra mitad de cada texto, es decir, cada uno de ustedes.
Un abrazo.

Borradores, dilema existencial
Por un momento, en la vida de cualquier escritor ( no se diría en la carrera del escritor, ni aunque fuese una carrera filmíca, como aquella «Carrera contra la muerte», en la cual se anticipaba la carrera fílmica de un joven terminator ), sea esta prolífica, versada, copiosa o farfullada en cimbronazos, que el material acumulado en la carpeta de «borradores» supera holgadamente un mal guión argumental de una serie bien actuada, con atributos visuales más que llamativos, de doce temporadas que constasen de ocho capítulos en cada una de ellas, en el que puede llegar a repensar el curso a propiciarle a todas aquellas ideas y no-tan-acabadas-ideas, es decir, a todas aquellas semillas de ocurrencias o raptos de lucidez esquiva, decíamos, por un momento, en la vida del escritor, del narrador, del poeta, del cuentista, del novelista, del sonetista, del redactor ideólogo, del que desea detener el flujo de los pensamientos con una cadena de palabras que rompan las cadenas y otorguen fluidez a la vida del escritor y, por supuesto, a la del lector ocasional sólo por un momento, los borradores acumulados en tal carpeta tienen dos opciones, dos naipes de la baraja para jugar, como luces y sombras de una ciudad en la noche que, alternativamente, posan y se desdibujan con cada aleteo de los murciélagos. Y amigos míos, en esta gótica ciudad global, no hay batihéroes que lo rescaten en su labor de darle rigor, sentido, coherencia y o lo que desee brindar o expresar a través de su pluma por lo cual, o bien jugará una carta, lo que probablemente le dé la posibilidad de jugar una cuantas cartas más, o jugará la otra carta, que quién les dice, no se convierta en carta ( la actualización cuatro-punto-zero dirá que no se trata de una carta, sino de un email o un largo mensaje vía whatsapp al que le clavarán el visto, sin ser leído como co rres pon de. Pero en fin, amigos, ustedes saben y conocen el valor de la intención ).