Era uno de esos domingos típicamente aburridos en la vida de Sergio. No había preparado actividad alguna para hacer ese día. Se le ocurrió que podría poner en orden aquel viejo cuarto en el que iba a parar todo lo que había ido acumulando durante los últimos quince años en los que vivía en esa casa. Y así lo hizo.
Lo primero que encontró fueron unas enormes patas de rana que jamás había utilizado. Recordó que las compró porque siempre le había gustado la idea de bucear, pero no se animó a tomar clases para ello, un poco por falta de tiempo para dedicarle, otro poco porque no quería pagar las clases, que eran de considerable valor comparado con sus ingresos.
Después se topó con un cuadro que había adquirido en un remate. Recordó que cuando lo adquirió creía tener en sus manos una pieza que podría multiplicar rápidamente el valor que había pagado por él, pero luego de investigar el asunto cayó en la cuenta de que aquél pintor, Efraín Ibáñez, no era reconocido. Después de aquello, el cuadro le pareció particularmente horrible: un paisaje en el que los árboles se asemejaban a encumbrados picos de montañas, y éstas se perdían tras algunas nubes de color marrón dando una sensación de inmovilidad superior a la de las mismísimas montañas. Trágico.
Luego, encontró una caja. En ella tenía cuadernos y manuscritos de cuando era un muchacho. Tomó uno de ellos y lo leyó:
Te amaré.
Te amaré hasta el fin.
Hasta el fin iré.
Iré contigo allí.
Contigo allí estaré.
Estaré siempre a tu lado.
A tu lado volaré.
Volaré como águila.
Como águila lucharé.
Lucharé por tu amor.
Por tu amor venceré.
Venceré y serás feliz.
Serás feliz pues te amaré.
Te amaré.
Recordó un amor de su juventud. Lucía. ¡Y qué bella lucía! Acudió a él un recuerdo fugaz: él estaba fuera de su casa esperándola para entregarle uno de sus poemas que había compuesto en su nombre, mientras oía tras la ventana gemidos procedentes del amor y algún engaño. Rompió allí mismo aquél poema que – pensaría luego- nunca llegaría a componer uno tan bello como ese. Quizá pensaba eso porque no tenía la posibilidad de leerlo nuevamente tras destruirlo, sino, tal vez cambiaría de opinión. Después, perdonaría a Lucía por aquello, aunque no sería la única vez, que la perdonaría.
Encontró, después, entre aquél papelerío unas cuantas cartas e, inclusive, un mazo completo.
Dejó la caja a un lado, pues llamó su atención otra caja en la cual supo tenía guardadas allí unos cuantas grabaciones, entre ellas las de su grupo musical preferido en sus años de juventud. Fue hasta donde estaba el equipo de audio y colocó allí una de esas cintas. Sonaba una voz cálida, entre guitarras y baterías llenas de vigor:
No preciso volar
ya no quiero salir
de este cielo sin fin
que es mi vida sin ti.
Ahora vivo feliz…
Ahora vivo feliz…
Encontró allí también una de las cintas en las que grababan con su amigo Fabio sus bromas. Recordó particularmente una de ellas y la hizo sonar en el equipo de audio. Era un diálogo entre ambos, simulando un programa radial:
Sergio: Estamos esta noche transmitiendo para toda la audiencia en este programa número setecientos cuarenta y nueve, programa que todos ustedes conocen como “Arriba el sol”, quien les habla, Sergio, les presenta a Fabio.
Fabio: Buenas noches, queridísima audiencia. Gracias por estar de ese lado de la radio. De no ser por eso, nosotros no estaríamos aquí tampoco y, quizás, serían felices. Pero bueno, todo no es posible, ¿no les parece? Bastante hacemos por mantenerlos entretenidos, faltaría nomás que los hagamos felices y ¡Cartón lleno!
Sergio: Hablando de cartón lleno, este bloque está auspiciado por: ( impostando la voz ) “Bingo Mingo. No derroche su dinero en trivialidades como pan, frutas y lácteos. Invierta sus valores ganados aburridamente con el sacrificio de su sudor en sensacionales tragamonedas traídos exclusivamente desde Las Vegas al centro de su ciudad para su deleite. Ahora también, ¡mesas de póquer y tute! Visítenos. Juegue. Gane…si puede. Bingo Mingo. Minga le vamos a pagar”.
Fabio: Atención, tenemos el llamado de un oyente: ( Fabio mismo modificando levemente su voz) Quiero denunciar que en mi barrio hay un depravado sexual que a todas las mujeres del mismo les grita palabras amorosas, les chifla, las saluda provocativamente, intenta regalarle rosas a su paso, le ofrece bombones y caramelos, les dice piropos. Las mujeres no le dan ni bolilla y están cansadas de este sujeto. ¡Hay que conseguirle una novia urgente! –( Fabio hablando normal )Bien, ¿sabe el nombre de este señor? –( Fabio haciendo las veces de oyente )¿Cómo no voy a saber su nombre?¡Si el depravado soy yo!
Sergio: Y ahora, la música. Con ustedes, este dúo que se las trae…
Fabio: estos muchachos van a ir muy lejos…
Sergio: sobre todo ahora que los pasajes de avión están de oferta…
Fabio: este dúo va a llegar muy alto…
Sergio: más ahora que un pasaje al tren de las nubes lo podés pagar en cuotas…
Fabio: con ustedes…
Sergio y Fabio: ¡Los barriletes del mar!
Sergio y Fabio ( cantan a capella):
Tu amor es y no es.
A veces todo…
a veces nada…
como algún pez.
Tu amor es todo… todo
me deja loco
si no te toco
caigo en el lodo.
Tu amor es nada… nada
no me alimenta
como empanada
de arroz y menta.
¡Ay amor!!Ay amor!
Nado por ti. Todo por nada.
Nada es sin más, al menos todo,
no es por amor, sino por mí.
Perdonamé, porque mentí,
cuando te dije que es por amor.
¡Ay amor!!Ay amor!
Sergio apagó el equipo de audio y guardó las cintas nuevamente en la caja. Acomodó unas cuantas revistas de ciencia que tenía allí y les quitó el polvo con una franela. Encontró una colección de fotografías de diputados que tenía cuando militaba en grupos políticos. Recordó su paso por el FRESCO, el Frente Social Cosmopolita, y luego por el CALIDO, el Centro Agrupado de Líderes Dominantes, del que conservaba un banderín. Tenía, además, entre esos trastos viejos, una gorra que había traído de recuerdo en un viaje a Bogotá. Encontró entre lo que allí guardaba, un escudo de la república que nunca había colgado en pared alguna.
Sin embargo, lo que más llamó la atención de Sergio aquél domingo, fue una tarjeta que encontró en un sobre. Extrajo de allí la tarjeta, que en su exterior tenía el dibujo de dos gaviotas volando, con la leyenda inscripta “Juntos hacia la inmensidad”, y leyó dentro de la misma:
El domingo 23 de Agosto próximo
queremos que estés presente
cuando demos comienzo a nuestra
fiesta de compromiso
en la cual daremos absoluta fe
de que seremos, por fin,
el uno para el otro
por el resto de nuestras vidas.
Ana y Joaquín.
Recordó los momentos de tensión que se vivieron en aquella fiesta fallida, porque Joaquín no concurrió y es, al día de hoy, desconocido su paradero. Aunque algunos han asegurado que vive en un lejano país centroeuropeo, el cual no quieren nombrar, porque Ana lo sigue buscando y dice, que por su bien, es preferible encontrarlo muerto.