Asomar la cabeza y conocer la tristeza
ver dolor en el mundo que diluye su color,
tratar las desdichas y las aflicciones
congojas, delirios y putrefacciones,
conocer la locura, tocar la sinrazón
caer en desazón, aspirar a la cordura
donde se ve lo insano, la insalubridad
confiar en la verdad, escapar a lo mundano.
Trastocar los conflictos que no cesan
esperar los veredictos que regresan,
caer en lo vulgar, surfear en lo grosero
soñar con lo sutil de un cielo verdadero
y ver entre tinieblas de lúgubre manto
un resabio de bondad, un lírico canto
que destrabe el malestar –de símil eterno-
y en gritos de libertad huir del infierno.
Comprender que escapar no es morir
que en la razón inmaterial existir es vivir,
que el dolor te despertaba de la pesadilla
que saltabas como ardilla entre faroles
que no veías flores junto a la gramilla
pues la oscuridad tremenda enceguece
y las luces en tus ojos nunca fueron soles
pero al levantar la vista el espíritu florece.
Y en la diáfana voz late el firmamento
que vibra en armonía, ya sin sufrimiento,
tiende puentes, abre puertas y crea lazos
que no pierde referentes en los abrazos
pues en el centro del pecho hay vibración
y el cerebro resplandece con la atención,
pues ya ves que, como todos, vive el árbol
que da frutos y que crece gracias al Sol.
Fotografía: Leandro Coca