Sosiego

Estaba cansado por el trajín de la semana, los conflictos sociales, la parálisis creativa y la turbulencia política. No obstante, salí a caminar. Estaba anocheciendo y el andar casi a tientas en la penumbra de la ciudad me despejó las ideas, templó mi ánimo y apaciguó mi espíritu exaltado. Al emprender el regreso, recorrí un camino hasta hoy desconocido por el que vislumbré nuevas arquitecturas y luminarias modernas. Unas cuadras antes de llegar a casa escuché una voz que me saludaba.
-¡Leo! ¡Leo!
Miré en todas direcciones y, aunque creía reconocer la voz, mi cansancio y la miopía me impedían encontrar al portavoz ya entrada la noche. Inmóvil, como estatua recién tallada, lo escuché nuevamente aún sin divisarlo:
-¿¡No me vé´ o so´ ciego?!

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Compraventa

El viejo Cheril se dedicaba a la compraventa, pero no de objetos sino que lo que compraba y vendía era tiempo. En su tienda de compraventa de tiempo, llamada «El reloj», atendía por la mañana donde donde la gente empeñaba horas, días y años, donde los clientes compraban minutos y horas pagando cuantiosas sumas.
A veces le reclamaban por qué pagaba tan poco por el tiempo de la gente y por qué cobraba tanto cada minuto en venta.
Sin embargo, a pesar de lo que consideraban una injusticia sistemática, la gente acudía a El reloj o bien en busca de un poco de tiempo o bien a cambiar mucho tiempo por algo de dinero. Y lo hacían con asiduidad, porque el tiempo y las cuentas apremiaban.
A diario se podía ver la tienda del viejo Cheril llena de gente: por un lado, los acaudalados buscando tiempo, por el otro, los necesitados de efectivo vendiendo tiempo, su tiempo. Y como la existencia era tiempo, muchos compraban un pedacito de ella que otros tantos vendían.
Lo curioso del asunto, vaya uno y los estudiosos a saber por qué, es que el balance de «El reloj» siempre daba cero.

Pinceladas XI

 

Remover las ideas para espantar el tedio. Con esa premisa, Celso rasqueteaba las paredes con una espátula que pronto se dispondría a pintar. El hecho de pintar le causaba en su espíritu una renovación, ver cómo lo viejo quedaba sepultado por lo nuevo lo llenaba de frescor, como la brisa de abril por la mañana luego de un cálido verano.
Es que las ideas, para Celso, se quedaban impregnadas a las cosas, lo pensado, lo expresado, se adhería a las paredes con más tenacidad que la pintura, y todo eso le daba vueltas en la cabeza, incluso lo expresado por otros integrantes de la familia o huéspedes del hogar o, incluso, visitantes ocasionales que habrían manifestado cualquier cosa vulgar o trivial, le parecía a Celso que rondaba su sien y hasta tomaba forma vocal al expresarlo como propio, ya sea para salir del paso o por cansancio. Por eso había tomado la decisión de pintar y, mientras rasqueteaba con la espátula, creía ver renovado también su pensamiento, libre de impurezas, libre de flaquezas.
El color con el que iría a pintar ya lo había elegido sin vacilaciones: verde, como el de las acacias características de la ciudad. Con ello creía poder disipar límites entre lo natural y la sociedad, o al menos difuminarlos un poco como para no sentir un contrapunto demasiado exacerbado entre algo que, en definitiva, consideraba parte de lo mismo.
Celso pensaba que la mano del hombre, su obra, no era un contraste con la naturaleza sino una extensión, o por lo menos era una iteración de la misma, una forma de homologarla.
Cuando terminó de rasquetear, sólo quería un mate, un buen mate y nada más. Un verde, era todo lo que lo animaba, como el color que había elegido para las paredes. El primero que bebió lo saboreó sorbo a sorbo, como besándolo. Luego, descansando, observaba cómo se habían despejado las paredes de pensamientos oscuros, tercos, grises que menoscababan su imaginación. Y en los poros de las paredes ya se veían las semillas de un nuevo campo para la creación, para la floración.
Preparó la pintura, cubrió piso y muebles para evitar manchas y derrames accidentales, y tomó el pincel. Su corazón comenzaba a palpitar, como en cada reencuentro con la vida misma.
Con suavidad, mojó el pincel en el tarro de pintura para dar la primera pincelada sobre la pared. Cuando cubrió lo viejo, sintió brotar un gran pensamiento fresco sobre su cabeza, un sentimiento ligero frente a sus ojos humedecidos.

Moneda

Una moneda tiene dos caras: una te dice buen día, la otra, buenas noches. Con la cara te sonríe, con la seca se sonroja. Da la cara cuando ríes, y la cruz cuando le imploras.
Es tanto lo que puede llegar a durar que se han encontrado monedas de cientos de años, un poco corroídas, de tanto volar de mano áspera en mano delicada, de haber estado en bolsillos hasta caer rendida y devaluada sobre tierra firme.
Hay algunas de colección, y muchas que no valen ni una propina. Las monedas ya no las observan ni los niños, como curiosidad, ya que es sabido de qué se trata y a qué puede llegar a equivaler, por qué la puede canjear. Tampoco son contadas las monedas como símbolo de ahorro, pues su peso no equivale a tantos pesos, aunque a veces se cuentan para llegar a una leche o un poco de pan. Los comercios hace años que retacean las monedas y hubo un tiempo en que te daban como vuelto un puñado de caramelos canjeables por mercadería, aunque eso ha quedado en los tiempos en que a la moneda todavía le daba la cara.
La moneda se produce en serie, distante de lo artesanal, y se parece una a otra tanto como difieren unas de otras. Pensada para circular en territorio legislado, la moneda tiene un valor pequeño en comparación con otros valores que se ostentan.
A veces con símbolos patrios, otras con naturales, la moneda circula sin detenerse en los semáforos ni en sendas peatonales, y rueda cuando cae entre los dedos a perderse en algún charco. Los niños la recogen tras la sequía, para luego comprarse un chupetín o arrojarla a la fuente de los deseos más cercana pidiendo un alfajor o un trabajo para sus padres, según su inspiración. Los adultos, por su parte, la dejan ahí, mirándola con desdén, pues el valor que suponen no vale el esfuerzo de agacharse a recogerla. Y los viejos la miran con nostalgia: “Me acuerdo cuando con una de esas pagaba el colectivo…”.

Con inteligencia

En el super, Pedro se quejaba de los precios.
-¡Qué caro todo! ¡Ya no alcanza ni para el papel higiénico!
-Es cierto, por eso más que nunca hay que usar la cabeza. -le dijo un anciano que sabía de crisis económicas.
Al llegar a su casa, Pedro guardó las pocas cosas que había comprado con medio sueldo y se fue para el inodoro. Como no le alcanzó para el papel higiénico resolvió seguir el consejo de aquél anciano. Luego de un gran esfuerzo en el que logró limpiarse bien el culo, exclamó con fastidio:
-Claro, ¡pero me quedan los pelos del bocho llenos de mierda!

 

Los zapatos

El viejo y la vieja del Pachu siempre enseñaban con sus consejos y ocurrencias. Recuerdo aquella tarde de abril en que don Sixto nos enseñaba cómo hacer para entender a los demás.
-Vos tenés que ponerte en los zapatos del otro.
Y doña Carmen agregaba elocuente:
-Pero primero esperá que saque sus pies.

Sosiego

Estaba cansado por el trajín de la semana, los conflictos sociales, la parálisis creativa y la turbulencia política. No obstante, salí a caminar. Estaba anocheciendo y el andar casi a tientas en la penumbra de la ciudad me despejó las ideas, templó mi ánimo y apaciguó mi espíritu exaltado. Al emprender el regreso, recorrí un camino hasta hoy desconocido por el que vislumbré nuevas arquitecturas y luminarias modernas. Unas cuadras antes de llegar a casa escuché una voz que me saludaba.
-¡Leo! ¡Leo!
Miré en todas direcciones y, aunque creía reconocer la voz, mi cansancio y la miopía me impedían encontrar al portavoz ya entrada la noche. Inmóvil, como estatua recién tallada, lo escuché nuevamente aún sin divisarlo:
-¿¡No me vé o so ciego?!

Somnolencia

El tiempo trae y el viento se lo lleva. La frágil sublime existencia de la hormiga está a merced de la lluvia o un pisotón. Pero las hormigas no tienen relevancia en la sociedad de los poetas tuertos. Las impresiones causan una distorsión de lo evidente que nos mantiene entretenidos en la arbitrariedad de las palabras. Cada tanto me pregunto qué debería preguntarme y encuentro que no encuentro las preguntas. Las diversas ideologías que pululan el espacio caducaron hace tiempo; sólo quedan colecciones de oraciones en un cúmulo borrascoso de vacío. Una vela se enciende y todo se inunda de luz hasta que nos tapa el agua y en penumbras, distraído, me duermo. Otra vez escucho el viento. La corriente se los sigue llevando.

Por el desagüe

Esta mañana me pasó algo curioso. Entré al inodoro y salí por el del vecino. Caminé embadurnado en líquidos cloacales y materia fecal por la habitación en busca de una toalla para limpiarme un poco, pero no la hallé. Regresé al baño y me di una ducha con detergente para higienizarme bien. Cuando me estaba secando con una remera, por el inodoro asomó un vecino ( otro ) que estaba buscando enajenado a su mujer que se había fugado con el panadero por el desagüe del bidet.

Obsoleto


-Hola Jorge, ¡tanto tiempo!
-¿Tanto tiempo de qué? Si nos vimos ayer…
-¿Cómo anda la familia?
-La familia bien, pero yo no.
-No sé si alegrarme o sentirme triste. Decime qué puedo hacer por vos.
-No, no puedo delegarlo, lamentablemente. ¿Puedo pasar al baño?
-Pasá, pasá. Lo único vas a tener que arreglarte sin el inodoro. Lo mandamos a sacar.
-¿Por qué tomaron semejante medida?
-Era obsoleto. Pertenece a otra época.
-¿Y ahora qué hago?
-Actualizate. Bajate los últimos drivers y en todo caso leé el manual.
-No entiendo Miguel. ¿Dónde hacen sus necesidades ustedes?
-Evacuamos por los poros como todo el mundo moderno. Vos estás out.
-Che, ¿Qué es ese olor?
-Perdón, no te avisé que estaba cagando.

En asiento volando

Cada vez que tengo pan duro, el hambre se aleja. Esto me pasa por construir aire en los castillos. Por eso siempre digo que no hay que mirar el ojo en la paja ajena, ya que como es sabido ojos que no sienten, corazón que no ve, porque perro que muerde no ladra. Mi abuela aclaraba las cosas: quien siembra tempestades recoge con el viento, pero ella no sabía que al tirarle a dos pájaros uno muere. Todos sabemos que el pensamiento salta donde menos liebres hay ya que una casa bien entendida empieza por la caridad, desde que entran moscas en bocas que se cierran. A mí, la sarna que pica me gusta.

La gran barata

Entra un equipo de rugby a un minimercado, todos recontrasudados, con barro hasta en las orejas, pero, no obstante, los tipos muy educados.

-Buenas tardes.

-Buenas tardes.

-Buenas tardes.

El empleado asintió con la cabeza, un poco sorprendido por la mala fama que tenían estos deportistas y máxime cuando salían en grupo. Uno de ellos, que parecía ser el capitán, tomó la palabra y preguntó por el precio de la hambuerguesa, que lucían a la vista ya preparadas para comer.

-100 pesos. -dijo el empleado.

Los rugbiers se miraron entre ellos.

-Es cara.

-Es cara.

-Es cara. -dijeron los quince.

El capitán preguntó por el precio de la cerveza, precisamente la lata de Heinekken de medio litro.

-90 pesos. -respondió el empleado.

Los rugbiers, con una tranquilidad propia de golfistas, se miraron entre ellos y dijeron uno tras otro:

-Es cara.

-Es cara.

-Es cara.

El capitán, inmutable, volvió a tomar la palabra, esta vez para preguntar por el precio de la picada, cuyas bandejas se observaban detrás del vidrio de una heladera exhibidora.

-150 pesos -dijo el empleado impertérrito.

Los rugbiers, cuyo sudor no cesaba de gotear el mosaico del local, se volvieron a mirar entre ellos y uno a uno dijeron:

-Es cara.

-Es cara.

-Es cara.

El empleado los miraba detrás del mostrador y, cuando los vio girar y creyó que se iban, los rugbiers tomaron posiciones de frente como en su mejor scrumm con un grave y sostenido grito de guerra:

-¡¡¡¡Escaramuza!!!!!!!!!!

Arrasaron con hamburguesas, picadas y latas de Heinekken, cayendo otros productos a su paso cual huracán, mientras el empleado, acurrucado en un rincón, debajo de un mostrador veía pasar al capitán, en la cola de los alegres rugbiers, con una tira de salamines colgando del cuello a título de medalla.

4G

Segundo Décima era un rockero de cuarta. Pero de no cuarta categoría como podría presuponer algún desprevenido, sino de cuarta generación. Cuando todos iban por la segunda, él metía quinta a fondo. Sin embargo, no fue sino hasta su sexto disco cuando lo reconocieron en una premiación en la que había sido ternado como artista revelación. Segundo, no obstante, se rebeló y no asistió a la entrega quedando la estatuilla en manos de su manager, quien la vendería luego para comprar chocolates. Décima tenía la particularidad de haber sido el primero en fundar un quinteto de vientos en esa categoría musical. Una de las canciones de dicho disco, titulado “Noveno cuarteto” disparó algún tipo de controversia con sus colegas. Parte de su letra daba parte de la filosofía que encaraba Décima en aquél tiempo:
A Dios gracias, existe el olvido
santo remedio final
en el que se desvanece mi mal.

Los más agitados fueron sin dudas Los tipitos, quienes pusieron el gritito en el cielo. Segundo Décima, lejos de retractarse, lo reafirmó en sucesivas canciones posteriores, sobre todo en el octavo hit del duodécimo disco ( dicho sea de paso, éste alcanzó a ser Disco de Níquel con las ventas al público en su primer año ), que sentenciaba en un pasaje del mismo:
La memoria en su tiranía
no cumplirá la promesa,
finalmente te olvidaré
tengo absoluta certeza
fue falsa la travesía
de mí te desterraré.

A pesar de sus numerables logros, Décima cayó con su último disco ( el vigésimo ) en el olvido del público. Los jóvenes no escuchaban sus canciones ni las tomaban en consideración. Los más veteranos, por su parte, reconocían que Segundo había perdido el ímpetu que caracterizó sus comienzos en la música. Se despidió con más pena que gloria dejando su vocación definitivamente tras la trágica muerte de su mujer, la afamada actriz Gloria Penna, en un accidente automovilístico. Hoy Décima pasa sus días recluido en su chalet de la cuarta avenida, alejado de la música, a la cual no destina ni una décima de segundo de su vida.

Comunicaciones telefónicas

-¡Buenas tardes! ¿Hablo con el titular de la línea?
-Sí, él habla.
-¿Me podría pasar con el suplente?
——

-Buen día Señor. Lo llamo por el inodoro.
-¡Mierda! ¡Cómo avanza la tecnología!
——

-Buen día. ¿Está el señor Señor?
-Sí. ¿De parte de quién?
-Dígale que de parte de Quién.
——

-¡Señor! Lo estamos llamando de la compañía Compañía para ofrecerle un nuevo beneficio.
-¡Oh! ¡Qué bien! ¿Y en qué consiste el beneficio?
-Con este beneficio que le ofrecemos usted obtendrá nuevos beneficios.
-¡Oh! ¡Qué bien! ¿Y en qué consisten esos beneficios?
-Con esos nuevos beneficios que le ofrecemos usted obtendrá nuevos beneficios consistentes en obtener nuevos beneficios.
-¡Oh! ¡Qué bien! ¿Y en qué consisten esos nuevos beneficios? …
——

-Señor, lo estamos llamando para verificar si su línea ya está habilitada.
-No. Sigue cortada.
-Bueno, seguimos trabajando en su reparación. Disculpe las molestias.
——

-¡Hola! ¿Se encuentra el señor Ramón Schwartzemblieggert?
-No. Aquí vive Ramón Schwartzemblieggerzj.
-Ah. Disculpe. Que tenga buen día.
——

-¡Hola! ¿Hablo con usted?
-Sí, efectivamente él habla.
-¿Le molestaría dejarnos a solas?

Alto rendimiento

Cuando practicaba deportes, mi mayor bronca pasaba cuando, en juegos de equipo, no era partícipe de los errores. Pensaba y daba vueltas al asunto… por qué tenía que jugar con semejantes chotos?? No me podría haber tocado jugar en un equipo con jugadores un poco, y digo un poco, màs decorosos? Qué malos que eran! Encima se creían el Barsa!En fin, mi apreciación como jugador estaba tan alta que pensé muy seriamente en llevar mis apetencias atléticas a practicar un deporte en el que no tenga que depender de otros para los resultados. Así fue que me volqué al tenis. Jugaba solo, dependía de mi rendimiento y no podía culpar a nadie si las cosas no resultaban. Me tenía mucha fe, básicamente por la destreza que mostraba sobre el césped, la inclinación natural que tenía para los deportes aeróbicos y la alta competencia y el buen estado físico y de salud que ostentaba. El torneo fue maravilloso: bien organizado, con jugadores de alto nivel y gran afluencia de público. Se extendió a lo largo del año y jugué todos los fines de semana. Al finalizar la temporada, más allá del goce natural por la participación en tan magno deporte y quedar último cómodo habiendo ganado un sólo game en todo el año , resolví volver a jugar con mis antiguos compañeros del fulbito de los domingos. Qué se yo… son buenos pibes y tan mal no la pasábamos. Quizá haya algo de cierto en eso que una vez el Tortu me dijo: el choto sos vos.

Un vago recuerdo

“Veáis lo que veáis, es ficción; y si una voz os perjura lo contrario, no creáis”. Grafiti en Conde de Godó.

El médico le había encomendado caminar, pero ella rehusó hacerlo. Y no sólo eso, sino que se negó tajantemente a comer mezcla de vegetales que se da por llamar ensalada. El colesterol le había dado por las nubes, pero Mirna creía que había que vivir a pleno y esa plenitud se la daban los placeres sensoriales, ni más ni menos. Se preparó un par de bifes a la plancha con dos huevos fritos, acompañando el almuerzo con un cavernet sauvignon, cosecha 2001. Cuando terminó de comer, se desprendió el cinto y se reclinó sobre el respaldo de la silla. Evaluó durante esos instantes su proceder posterior a la comilona y resolvió dejar todo como estaba y dormitar un rato sobre el sommier. Ni bien se acomodó sobre la cama, se planchó, durmiéndose profundamente, lo que le posibilitó olvidar sus males y experimentar así la relajación en un estado de serenidad gracias al olvido. No obstante, al despertar, lo primero que le recordó la memoria que la subyugaba fue la condición de salud que la apremiaba. Mirna quiso ignorarla, pero aquella se reveló y le repitió, palabra por palabra, el diagnóstico del médico. Para no ser menos, Mirna le mencionó unas palabras que había leído en una revista de salud: el colesterol es necesario para que el cuerpo funcione normalmente. Su memoria no se quedó atrás y le retrucó: pero su exceso puede tapar arterias y provocar enfermedades cardíacas. Mirna, ni lerda ni perezosa, le dijo que para contrarrestar el problema acudía a la bienaventuranza de la ingesta de vino. Así estuvieron enfrentadas durante buena parte de la tarde, Mirna y su memoria, pero llegaron a un feliz acuerdo; Mirna recorrería las calles y bulevares de la ciudad para aminorar el impacto y la memoria se dejaría de hinchar las pelotas. Se vistió de jogging y caminaron juntas hasta “paso del buey” según recordaría con el tiempo, pero cuando atravesaban el mismo un automóvil interrumpió su trayectoria impidiéndole llegar al otro lado. Tendida sobre el pavimento, Mirna oía voces y, al rato, la sirena de una ambulancia en la cual fue trasladada al hospital seguidamente. Cuando estaba sobre la camilla, una enfermera le preguntó qué había pasado, entre otros datos que certificaran que aún estaba consciente. Mirna buscó apoyo, pero sólo lograba oír aquellas palabras del doctor Leguizamón que le insistían con salir a caminar. Miró a la enfermera y le preguntó: ¿Conocés algo más hijoeputa que la memoria?