
Cuando entré en el salón, Osvaldo ya estaba hablando de Atilio.
Pero sí, viejo, les digo que Atilio es más falso que un billete de mil. Ustedes porque no lo conocen, ni saben de qué les hablo. Sí, ya sé que lo han tratado. Sí, es cierto, pero lo tratan muy superficialmente. Le hablan de los fenómenos del tiempo y esas cosas. Nubes, humedad, frío, granizo. No, viejo, ustedes no lo conocen. Si bien sé que más de uno de ustedes lo invitó a tomar una cervecita, sí. Ya sé que más de uno de ustedes estuvo tomando unos mates varias veces con el Atilio. Sí, ya sé que más de uno de ustedes se ha comido varias picaditas con él, ya sé. Pero les digo que es lo más falso que me ha tocado conocer.
El Atilio es un tipo que, de entrada, dije: este tipo es más falso que yo, y todos ustedes saben bien que si hay alguien falso, ese alguien soy yo. Pero desde que lo vi, todo en él me parecía falso. Me hacía dudar hasta de la existencia, les diría. Pasa que el tipo es demasiado falso, tanto que les diría que es auténticamente falso.
Ustedes, sé, prefieren no creer. Sí, sé que es algo difícil de digerir. Uno con este tipo de cosas se indigesta. Te agarra un dolor de tripas de no aguantar. Pero bueno, viejo, alguien se lo tenía que decir. Alguien se lo iba a hacer entender, tarde o temprano. Y, ¿para qué perder tiempo? No hay que dejar pasar la oportunidad. Este tipo de cosas se presenta una vez cada setecientos años, viejo. Ustedes porque no quieren creer. Sí, sé que a veces han dudado porque el Atilio trata a todos muy amablemente, propio de su simpatía, y esto un poco los confunde. Ya sé, viejo. Pero les puedo asegurar que el tipo es falso, es lo más falso que se ha visto y se verá en mucho tiempo. Es más falso que yo, no sé si entienden lo que les digo con eso, y eso que con eso les digo mucho.
Sí, más de uno me va a decir que quién es tan auténtico como para decir una cosa así del Atilio, y por supuesto, soy el menos indicado en ese aspecto, yo que soy bien falso cuando hace falta. Pero les puedo asegurar que no hace falta tanto para entender de lo que les estoy hablando cuando les digo que el tipo es más falso que ese tipo que salió por todos lados diciendo que era la reencarnación de Gardel, ¿se acuerdan? Al principio, comenzó como una broma, después el tipo juraba y recontrajuraba que era Gardel, hasta que le dieron un voleo en el culo de todos lados y ahora canta a la gorra en una plaza. Desentona que da gusto, pero canta. Bueno, el Atilio es todavía más falso que ese. Y ya sé que ustedes me van a decir que quién no ha mentido un poco en vida cada tanto y, sí, es cierto, pero lo que les digo del Atilio es otra cosa. No digo que el tipo sea un mentiroso, no, nada que ver. Capaz que el Atilio hace todo de buena fe y hasta capaz, miren lo que les digo, capaz que ni él tiene conciencia de su falsedad. Es que el tema es por demás delicado, por eso los reuní a ustedes acá. Por eso a algunos que, por más que estaban interesados, los tuve que fletar viejo. Sólo algunos eran capaces de comprender el asunto. Pero de comprender a fondo. Porque cualquiera puede decir, sí, el Atilio es falso, y con eso da por terminado el asunto. No viejo, acá hay algo serio. Hay algo que desde que lo vi dije: esto no me gusta nada. Por eso decidí llevar el asunto hasta lo último. Y cuando ustedes lleguen a las conclusiones a las que arribé ahí, recién, van a tener una dimensión de todo esto. Porque desde que lo vi dije este tipo es más falso que yo, y eso que si es necesario soy bien falso.
Pero el tema no es para que se lo tome ninguno a la ligera. Y si alguno me dice que soy tremendista le pido que se abroche bien el cinturón porque cuando tenga un atisbo de lo que les hablo se le va a caer el culo. Porque, viejo, acá ninguno me va a negar que no hay felicidad que dure cien años, y cuando vi a este tipo desde la primera vez, desde la primera vez, dije: acá hay algo que no va. Y no se los voy discutir, al principio no sabía bien qué era, pero decía este tipo es más falso que yo. Pero no sabía qué era. Por eso lo estuve estudiando. Me tomé todo el tiempo necesario porque quería llegar a fondo. Ya sé, más de uno va a decir ahora “ya me parecía raro”, pero no, no les hablo de eso. No, viejo. No. Les hablo de otra cosa, esto es algo serio.
Lo primero que estudié fueron sus movimientos. Y más de uno de ustedes va a coincidir en que tiene sus maneras suaves de moverse, aunque ninguno puede negar que a veces es bastante bruto el Atilio. Y yo decía: este tipo es falso, más falso que yo. Y eso que soy falso si es necesario. Pero no sé, había algo en el Atilio que no me gustaba. Y que ninguno de ustedes se pase de vivo diciéndome lo feo que es el Atilio porque no les hablo de eso. Había algo raro en el tipo y lo seguí estudiando, porque yo no me iba a quedar con la espina. El tipo contestaba todo con una frialdad que me hacía pensar en una sola cosa: este tipo es falso. Y no dudaba, eh. No, viejo. Estaba seguro. Por eso un día le preparamos una trampa. Junto con el Rola. El Rola se consiguió uno de esos aparatos de rayos equis, no me pregunten cómo lo consiguió porque ustedes saben que al Rola le piden un mamut y el Rola te lo consigue. No sé cómo hace. El tema es que disfrazamos el aparato en el comedor de la casa del Rola y lo invitamos al Atilio con alguna excusa. Me parece que lo invitamos a ver un partido en la tele, no me acuerdo. Resulta que lo llevamos al Atilio y preparamos todo para hacerle unas placas, que acá las tengo y ahora se las voy a pasar. Les digo que nos costó un huevo porque tuvimos que hacer toda una ceremonia. Encima el partido era una cagada, no le hacían un gol a nadie ni aunque jugaran dos días de corrido. Igual le pudimos sacar estas tres placas al Atilio, que ustedes pueden ver. Una es del brazo izquierdo, otra de una pierna y la que queda del otro pie. Como pueden ver, el tipo no tiene huesos. No, así como lo escuchan. No tiene huesos. Ahí se ve clarito que el tipo está armado con unos fierros. El Rola dice que son de acero inoxidable, no sé. Habría que hacer un estudio más exhaustivo. Tomar alguna muestra, qué se yo. A mí me basta con lo que obtuve. Alguno me va a decir, ya sé, que más de uno tiene un clavo, o que quién no conoce de los miembros biónicos. Pero no, viejo, no. El tipo está constituido íntegramente por esos metálicos, no tiene esqueleto, viejo.
Y eso no es todo. Si bien, ya era bastante y para nada despreciable lo que había descubierto, no me quería quedar en eso porque sabía que a más de uno de ustedes con sólo eso, que es bastante contundente, no los iba a convencer. Por eso lo seguí estudiando. Y no digo que sea un robot. No, viejo. Lo que digo es que el tipo es falso, y aunque a alguno le duela, es preferible que lo sepan de una buena vez porque les va a costar digerirlo. Entonces quise ir más allá con este asunto y le tomé una muestra de sangre. Fue una noche que estaba en pedo, ni se debe acordar. Esa noche se tomó la vida el Atilio. Lo agarramos en el baño con el Jeringa y éste lo pinchó para sacarle sangre. Lo primero que me dijo, ¿saben qué fue? “Che, esto es casi negro. De dónde carajo es el tipo este”. Eso fue lo que me dijo el Jeringa. Así que aprovechamos y le inventamos un juego, a ver quién meaba más. Nos metimos en el baño, el Jeringa trajo tres botellas vacías para medir cuánto meaba cada uno. Era mentira, era para tomarle una muestra de orina al Atilio. Cuando el Jeringa olió la botella donde había meado el Atilio, ¿saben qué me dijo? “Esto es combustible, de dónde carajo es este tipo”. Y yo no quiero que piensen que el Atilio es de Marte y cosas así. No, viejo, no. Lo que digo es que el Atilio es falso, más falso que yo.
Entonces, me voy con las muestras a un bioquímico, amigo del Jeringa, y me sacó cagando. Me dijo si le estaba tomando el pelo o qué. Que eso no era sangre ni orina. Así fue que quedé más confundido que antes. Ahora, ¿qué hago? Se lo llevé a un ingeniero químico que me cobró un vagón el turro para decirme que las muestras eran de petróleo y kerosene. Kerosene, viejo. Acá tienen el análisis del ingeniero para el que todavía tiene alguna duda al respecto. Pero, bueno, yo cuando investigo algo voy hasta el fondo. Hasta el fondo, viejo. Porque desde que lo vi al Atilio dije: este tipo es más falso que yo. Entonces le corté un mechón de pelo, un día que se quedó a dormir en casa. Le corté cinco pelos de atrás, acá por la nuca, cosa de que ni se dé cuenta. Ya cuando lo corté me pareció raro porque los pelos se unieron entre ellos. De los cinco pelitos se formó uno solo más largo, ¿esto a quién se lo llevo?, pensé.
Mientras nos hablaba Osvaldo, en ese momento, en el salón, entraron cuatro policías junto con Atilio, quien en un rápido movimiento les señaló a los policías a aquél que nos había estado hablando hasta recién, al grito de:
– ¡Detengan a ese impostor!
Los policías atravesaron el salón entre medio de los oyentes, quienes contemplaron la situación en quietud. Uno de ellos, observando a Atilio y señalando sus pies, le dijo al oído a otro que lo observe. Atilio se desplazaba con suavidad, sin apoyar los pies en el suelo, levitando a unos tres centímetros del mismo. A la altura de los talones expedía un poco de humo apenas perceptible.
Dos policías tomaron a Osvaldo de un brazo, que forcejeaba, dos del otro. Atilio se le paró enfrente y con esa frialdad transhumana que tiene, le dijo:
– Se te terminó la farsa.
Ahí nomás, Atilio metió su mano debajo de la nuca de Osvaldo y extrajo de allí un pequeño tapón. La figura de Osvaldo se desinfló como un paracaídas tras aterrizar mientras algunos de los oyentes observaban con cierto asombro. A mí no me sorprendió porque siempre pensé que Osvaldo era bien falso. Los policías lo recogieron y Atilio lo guardó en una bolsa. Los cinco atravesaron el salón y Atilio, antes de salir, se despidió de los allí presentes, con esa amabilidad característica que tiene:
– Señores, pueden continuar. Buenas noches.