A las cuatro estaciones clásicas hay que añadirle por los menos cuatro: este otoño estival, el invierno otoñal, la primavera invernal y el verano floreal.

A las cuatro estaciones clásicas hay que añadirle por los menos cuatro: este otoño estival, el invierno otoñal, la primavera invernal y el verano floreal.
“Mucha calma para pensar
y tener tiempo para soñar”. Joao Gilberto
Sagrada la vida que asoma a la herida, en psiquis y en soma sagrada y querida; la parca temida, aliada y rendida, rinde pleitesía al coraje y bravía, al valor valentía, al follaje que se nutre del calor, que no tiene pudor al cambiar de atuendos, que le da dividendos a las formas de vida, cobrándolo enseguida con el canto del ave que suave y titubeante desgrana la mañana, y al emprender vuelo saltando del suelo irá atravesando brindando consuelo. Leyendo textos viejos, me encuentro y me recreo, me pierdo, me distiendo, se abre un abanico de posibilidades a la hora de la escritura que uno no sabe ( la ciencia cierta del no saber ) si dirigirse hacia aquí o hacia allí, o al más allá de las palabras. Toda vida es aquí, lo que soñemos tiende a ser aquí, el encuentro, la voz, los proyectos, y vidas por venir, se desarrollan florecen decaen justamente aquí, al amanecer precisamente cuando las aves inclinan la balanza de la belleza sobre las cosas feas o que nos disgustan. Lo cultural marca el ritmo de vida: días que se mueven, horarios que se estancan, semanas inocentes, tardes de sabores que exprimen los sentidos. Hace falta música para que el aire vibre y suene la melodía proverbial que acaricie el espíritu por encima de la libido, materia o sustancia ígnea de la unión con la mujer que descansa ahora en la cama esperando el anuncio de un nuevo día. Nuevo como el aire que respiro, nuevo como el alba, nuevo como el canto vivo, nuevo como el escrito que se extiende de tinta sobre la faz blanca de la hoja, nuevo que se renueva al parpadear y al silabear estas frases, hasta que la suerte los separe. En la salud y en la enfermedad comprendemos que estar vivo es otra suerte, una suerte de milagro si se quiere, apreciándolo en su máximo esplendor al recobrar la salud, olvidada cuando se tiene ya que obra como norma. Cuando hay salud es posible pensar y cuando irrumpe la enfermedad esta se lleva gran caudal de atención, hasta que nos volvemos médicos especialistas en tales cuestiones que atraviesan el cuerpo. Y pudiendo pensar, los sueños aparecen –siempre que el tiempo no nos devore- y con ellos los deseos: de progreso, de bienestar, de felicidad. Tener tiempo es vivir, independientemente de la actividad en que recaiga el tiempo, el cual podría ser de construcción, de reflexión, de inflexión, de inventiva, de siembra o de narrar los vaivenes del mismo tiempo, como pasatiempo. El tiempo no puede traer la solución a todos nuestros problemas, pero que tengamos tiempo para resolverlos es parte de la solución. Por otro lado, no todo son problemas: hay desafíos, caminos sinuosos, obstáculos al avance, en fin, situaciones que nos piden atención y otras que es mejor desestimar; por eso reloj, no marques las horas, deja que mis pasos me revelen los secretos más profundos de este ser. Las creaciones del tiempo, variopintas, quedan vetustas con sus correteos; los sueños están al presente, vivaces, para olvidarlos luego con nuevos sueños o con el ajetreo del tiempo, con cada hilo de pensamiento que nos lleva hacia montañas y cordilleras cubiertas de nubes, nubes de palabras, imágenes y sensaciones que pronto brotarán en discursos académicos o comerciales, ofreciendo algún modo o alternativa para vencer el tiempo, vaya paradoja del destino, cuando el tiempo venza, y el ocaso de los sueños pinte todo el paisaje con su luz.
Hay días que tengo tiempo y no creo.
Hay días que no tengo mucho tiempo y creo.
Hay días que ni creo tener tiempo.
Hay días que no creo, ni tengo tiempo.
Hay días que creo tener tiempo y no creo.
Hay días que no le creo al tiempo.
Hay días que el tiempo me da un recreo.
Hay días que tengo tiempo para creer.
Hay días que recreo el tiempo.
Hay días que el tiempo me recrea.
Hay días que descreo del tiempo.
En todas las épocas han operado en las sociedades diversos tipos y géneros de organizaciones secretas tendientes a algún fin, con algún objetivo particular que las movilizaba, de las cuales luego los estudiosos de las mismas divulgaban, sin ningún tipo de crédito por parte de quienes tenían la desgracia de prestarle atención, sus casi siempre lúgubres fines y desarrollaban teorías alrededor de ellas con el sólo hecho de desentrañarlas, pero no arribaban a ninguna salida satisfactoria, quedando relegados al margen de la félix societé que, indiferente, seguía sucumbiendo a todo lo que ellas sembraban entre el crédulo público. Los tiempos actuales no se quedan rezagados en tal sentido y, a riesgo de quedar marginado como paranoico, estoy abocado a desenmascarar a una mafia que ha tenido gran preponderancia en la cultura de los últimos años en la sociedad que la vio crecer.
Uno de los modus operandi de ella es tal que, asistida y apoyada por la tecnocracia dominante, ha desdibujado una situación que se presentaba cotidianamente entre los integrantes de la sociedad como de lo más habitual, llevándola al motus de ridícula o de befa, quedando quienes la practican –antes como partícipes al día- ahora como pasados de moda o relegados en las antinomias de los vientos vigentes. Me refiero a la mafia del tiempo y todos sus agentes del pronóstico. Hasta hace no mucho tiempo, uno se podía pasar horas hablando en balde de lo que podría pasar, si garuaría, si haría frío, calor, ¿caerá granizo? ¿lloverán sapos? Si cambia el viento o a qué hora amanece mañana. Decenas de minutos, horas e incluso algunos días hablando del tema más común y trivial que la sociedad le había dado un lugar preponderante en sus principales temas de conversación. Hasta incluso se han escrito libros y se han filmado películas con ello como eje central y/o argumento. Es diferente a casos en donde en algún recinto, como puede ser un estadio de fútbol, un templo o una facultad, uno sabe de lo que se habla y está casi obligado a saber lo mismo, pues esa es su regla del juego. Pero desde hace algún tiempo, el tiempo mismo es un saber más en todo ámbito, una mercancía de intercambio que se troca, un conocimiento indispensable para poder vivir en plenitud. A la hora que se me ocurra, puedo (y debo) tener el conocimiento de todos los detalles del tiempo con quince días de antelación, y no importa si son aproximaciones, estimaciones o certezas, lo fundamental es que lo sé de buena fuente y con ello se terminaron todas las especulaciones que tanto tiempo le restaban a la gente en nimiedades para poder destinarlo, por ejemplo, a elegir cuál será el próximo celular que me dará el pronóstico extendido que me voy a comprar. Pero lo que es seguro es que no voy a mirar hacia arriba cómo está el tiempo porque lo sé bien desde hace dos semanas, y no quiero que se malinterprete, porque no es una crítica a este nuevo beneficio que vino de la mano de la globalización ( dicho sea de paso, si Das Chagas hubiese contado con una app que le dijera que iba a llover torrencialmente el 2 de julio de 1817 sobre Apóstoles, con criterio, hubiese postergado la batalla para otro día favorable a su tropa con lo cual hoy hablaríamos portugués y seríamos probablemente el imperio al que todos le rinden tributo, pero Andresito Guazurary, viejo conocedor del clima, lo derrotó bajo la lluvia dejándonos como herencia un país soberano y una yerba de primera calidad), pero lo que se debería observar con atención es que ya no podremos prescindir de él mismo, pues nadie en la calle te va a saber decir si tenés que llevar bufanda o por las dudas traer paraguas cuando los que se divierten manejando el ánimo y la predisposición de la población decidan abandonar sus prácticas tétricas de dar aviso a través de los medios o aplicaciones en teléfonos, tablets, computadoras y nuevos dispositivos por venir qué tiempo hará, pues a pesar de que lo saben a la perfección, tendrán otros medios más ingeniosos para captar la atención de sus fieles y ya aparecerán otros detrás de mí para sacar a la luz sus objetivos. Para ese tiempo, ya se habrá creado tal religiosidad del asunto que ni los más escépticos serán escuchados. Cada tanto alguna anciana se queja del frío pero enseguida le aclaran que estaba anunciado desde hacía tiempo y uno siente un poco de pena por aquellos que se vieron vilipendiados por el desarrollo. Ligado a esta tradición posmoderna, se encuentran aquellos que indirectamente te obligan a entrar en sintonía con tales vaticinios y, más allá de que tengas guardia el sábado o sepas mejor que nadie que caerán soretes de punta, te desean de corazón abierto “buen finde”. Pero nadie puede sospechar de su buena fe ni elevarle reclamo alguno. Ellos, quizás, enfrascados en saber que Cariló los espera con 30 de térmica, le auguran buenos designios a todo prójimo que se interponga en su trayectoria. Pero basta por el momento. Time is money. Hace un calor insoportable. Eso sí, el pullover no me lo pienso sacar hasta que caigan sus máscaras.
Juan Andrés se abanica con el Clarín del día mientras Méndez lo hace con la gorra.
Juan Andrés: ¡Qué calor que está haciendo!
Méndez: Peor ayer, que hacía un frío bárbaro.
Juan Andrés: Sí, pero no había tanto viento como hoy.
Méndez: Parece que no, pero de la humedad, ¿qué me decís?
Juan Andrés: Qué te voy a decir…
Méndez: Y para mañana anuncian lluvias…
Juan Andrés: No, ¡la puta que lo parió!
Méndez: Bueno, no te quejés que la otra noche estaba bastante lindo.
Juan Andrés: Puede ser, pero ahora concentro todas mis energías pensando cómo pasar los días lluviosos.
Méndez: Acordate de guardar bajo techo el auto, porque dicen que tempranito hay caída de granizo.
Juan Andrés: No sé. Me parece que a veces pronostican más allá de los límites de su conocimiento, un poco para que no los insulten demasiado. Se cubren las espaldas.
Juan Andrés ( prosigue ): Y los que difunden, paranoiquean con el pronóstico.
Méndez: Sí, tenés razón. La semana pasada dieron pronóstico de lluvia tres días seguidos y no pasó nada en 700 kilómetros a la redonda.
Juan Andrés: ¡Ahí tenés! Yo buscando un paraguas para mañana y seguro que me quedo seco…
Méndez: Sí, en tu lugar mejor iría buscando una bufanda por si cambia el viento para mañana.
Juan Andrés: ¿Qué decís? ¡Con el calor que hace!
Méndez: Es verdad, pero con estos cambios de tiempo, no sabés qué pensar.
Juan Andrés: Vos no sabrás. Yo sí.
Méndez: A ver, ¿Qué sabés?
Juan Andrés: Que hace calor.
Méndez: Eso lo sabe cualquiera.
Juan Andrés: Puede ser.
Méndez: Sí, será. Te dejo, porque llego tarde a la oficina.
Méndez levanta su mano en señal de despedida.
Juan Andrés: Bueno, nos vemos. Esperemos que mejore el tiempo.
Méndez: Sí, ojalá.
Juan Andrés: ¿ Sabés qué quiere decir “ojalá”?
Méndez: No. Después me contás.
Juan Andrés: Si me acuerdo. Chau.
Méndez: Chau.
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