LA MAR

Cada tanto, esporádicamente, atontado con la visión de la pantalla del celular, suprimido el intelecto por el trajín del scroll ante la vista, me advienen unas terribles ganas de sumergirme en un mar de letras donde poder perderme de una buena vez. Buceo entre palabras que hacen las veces de pescaditos de colores, enigmáticos, llamativos, inquietos, incordiosos, que van y vienen, que asoman a la superficie y se van a lo profundo, lanzando burbujas por la boca y moviendo la cola.
Hay palabras que se me pegan y me acompañan durante años. Otras, aparentemente, las olvido, y luego me hacen falta cuando me pongo a jugar con algún crucigrama. Con las dificultades inherentes a la subsistencia, queda poco espacio y poco tiempo para ahondar en las palabras de mayor peso y substancia, y el tiempo ( que siempre se escurre entre los dedos ) se va sin ser consumido.
Estaba haciendo una lista de problemas que tengo para resolver, pero cuando me di cuenta que había pasado los cincuenta, desistí. Ya vendrán a buscarme los problemas uno por uno para que los resuelva a su tiempo. No hay necesidad de crear otros imaginarios. “Vivir, sólo cuesta vida”, cantan, y en última instancia todo lo pagamos con cuotas de vida. Quizás por ello nos endeudan hasta el caracú para estar en el limbo lo que reste de vida, trazando formas de esclavitud posmoderna, todos corriendo detrás de la zanahoria con la promesa de un paraíso para los bonachones o una muerte digna. En fin, sufrir tampoco es gratis.
Y en otro orden de cosas, el desorden de las cosas tal vez obedece a un orden superior que, visto desde el llano, no se aprecia, a diferencia de la divisa extranjera que sí se aprecia día a día, como los huevos en la verdulería.
Mientras tanto, sigo añadiendo palabras al diccionario, formas nuevas que tejen un laberinto de letras para que descifre la curiosidad de algún visitante desencantado con los bots que pueblan el espacio digital.


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