Terapia comunicacional

Una gran apatía e indiferencia recorre todos los espacios, surca el aire como el huracán y nos empapa como un torrente, donde nada que no tenga precio pareciera tener valor.
El mundo mercantil se devoró todos los valores, reduciendo todo -incluso a las personas- al valor de mercancía, en este gran shopping bélico en el que se ha transformado la sociedad de consumo que nos consume, a veces poco a poco, a veces con fruición, en el que las relaciones rara vez escapan esta lógica y nos conduce al desinterés y a la falta de compromiso con el quehacer.
«El ojo no se sacia de ver», dice el refrán, y el desplazamiento de las pantallas infinito no sacia nuestra sed. Si el esquema físico fuera suficiente, la satisfacción a toda hora sería la norma, pero algo ocurre porque esta no resulta ser la horma de los sentimientos más profundos que hacen trastabillar nuestras más rancias convicciones.
Esta vida es en gran parte, expresión. Por eso es bueno desarrollar los distintos tipos y formas en que podemos manifestar la expresión, a través de la palabra, lisa y llana, mediante la emoción y los sentimientos, a través del conocimiento y las diferentes variantes del saber, la opinión y el pensamiento, y con la gracia de los distintos sentidos, el figurado, la sátira, la empatía, el reflexivo. La vida no espera, la inmediatez es parte integral de nuestra naturaleza y no hace falta arrebatarse por decir cosas. A la hora de partir siempre puede quedar mucho por decir porque el habla nunca se agota, y si uno busca la comunicación como medio de vida sustanciosa, debería entender a la brevedad que se trata de un fin en sí mismo, un fin que nunca concluye, en el cual es tan importante el cómo, como el quién, y que la voz tiene algún valor cuando tiene la capacidad de sanar, de abrir el porvenir, de infundir ánimo, de clarificar, de iluminar zonas oscuras, de labrar regiones áridas de nuestro ser.

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