Retazos de la vida en blanco y negro

Era un día más en la vida de Cayamas Tufosa y luego de dos horas despierto el celular no había sonado.

Había soñado cosas que lo dejaron pensando, porque en el sueño mandaba audios relacionados al laburo y una posible huelga que querían realizar y estaba a punto de concretarse, pero interrumpían audios donde Lucía intentaba seducirlo para que vaya a encontrarse con ella en algún lado. Como los escuchaba a doble velocidad se le perdían detalles de tono, y los volvía a escuchar siempre a doble velocidad. Eran del estilo de venitequetequierocenarsinaderezos o dondeteveatedevorolamazorcapaladeandolamayonesa. Se despertó, buscó los audios y no había nada. Lo había soñado. En la realidad de la vida cotidiana, Lucía lo trataba con aprensión pero la última semana sintió indicios de un acercamiento que le daba la posibilidad de pensar en algo más. O eso deseaba.

Cayamas Tufosa supo que había un apagón. No funcionaban ni WhatsApp ni las redes.
Preparó café y escuchó que golpeaban la puerta. Era Lucía.
-Vine porque te quise llamar y no andan las líneas.
-Pasá.
-No. Sólo te quiero decir una cosa.

Lucía lo miró con desdén.
-¿Y bien?
-Mirá, no quiero verte, pero las condiciones no las pongo ni vos ni yo. Por esas cosas de la vida, nos cruzamos a diario. El tema es que me caés mal, andás mal entrazado, no sabés tratar con gente. Sos vulgar y plomizo. Quiero pedirte una cosa…

Hubo un silencio sepulcral. Cayamas Tufosa tragó saliva.
-Decime.
-Anteanoche soñé con vos. Bah…en realidad nos mandábamos audios.
-Qué curioso.
-Sí. Pero como no conservo esos audios ahora no sé si te lo dije o sólo te lo dije en sueños.
-Creo que esto ya lo soñé.-dijo Cayamas Tufosa.
-Entonces…¿Ya lo sabés?
-Sí, creo que si. -titubeó.

Lucía se acomodó un mechón de pelo que le había cubierto los ojos parcialmente. Se despidió, se subió al auto y se fue. Cayamas Tufosa bebió el café a las apuradas y se fue para el trabajo. Al llegar a la empresa había un desborde de gente con pancartas y quemando neumáticos. Marcó la tarjeta y subió a la oficina. Le sonó el celular. Tenía 37 mensajes sin leer y un millón en cuentas por pagar.

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