LOS GAITA NO LEEN EN VERANO



La ola de calor se había cobrado tres víctimas: un perro siberiano, un anciano en el geriátrico El último viaje y el linyera de la garita. Y se esperaban temperaturas superiores aun.

Jota esperaba el colectivo bajo el tinglado que le daba sombra. Pasó el 148 y el 208. Un hombre corpulento sudando a mares se sentó en el banco contiguo. Se le acercó un niño con la cara sucia que vendía agua. Jota le compró una botellita. Bebió y le convidó. El niño tomó agua como si se tratara de un oasis en el Sahara con desenfreno.

-¿Quien eres?
-Nadie.
-Pero tienes nombre.
-Como todos los nadies de este mundo.
-Bueno, en cierto sentido, yo también soy nadie. Jota -se presentó y le tendió la mano -. ¿Cómo te llamas?
-Ene. -dijo el niño.
-¿Qué edad tienes?
-Once.
-¿A qué te gusta jugar?
-A vender.

Le dio otro sorbo al agua y le devolvió la botellita a Jota.

-Gracias señor. Que tenga buen día.

Jota se lo quedó observando irse entre el cúmulo de gente hasta perderlo de vista. Pasaron otros vendedores ambulantes pero Jota no compró ni helados de agua, ni chipá, ni repasadores en oferta. Se preguntó en qué fecha aproximada habían desaparecido los vendedores de birome.

Presenció una discusión entre vendedores ambulantes que se increpaban mutuamente.
-Este es mi territorio y vo lo sabé.
-Tengo que vendé.
-Cortá di acá.
-Acicalame la mandioca.

Se subió al colectivo y se acomodó en el fondo. Bebió agua y sintió la frescura recorrerle el tracto. Miró en el celular, se desplazó en la pantalla hasta que vio una publicación titulada «Los gaita no leen en verano» y se puso a leer.

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