Tutti fruti

Tuti entendía que si cualquiera hoy por hoy se dispone a no pensar, el mundo actual ofrece todas las posibilidades para lograrlo. Claro que en un mundo repleto de abogados, contadores, financistas, publicistas, psicólogos, es decir, los nunca bien ponderados delincuentes diplomados, tenía mucho para perder con esa actitud.

En principio, sin pensarlo demasiado, se dio por vencido uniéndose al coro de bribones, matando el tiempo con tal de mantener un silencio sepulcral en la psique. Pero tras un traspié, luego de un resabio de reflexión que le otorgó una canción de rock, resolvió llevarle la contraria a esa corriente siempre de moda, siempre vigente, y se compró con lo que había cobrado la quincena tres libros usados: uno de Sabato, uno de citas, uno de Philip K. Dick. Las palabras sirven para pensar, se dijo.

Pero no siempre obtenía resultados. Por ejemplo al leer le daba sueño y se quedaba dormido. Otro día retomaba la lectura pero se perdía en la trama o en las elucubraciones del autor y no lograba concentrarse. Y otras tantas veces sencillamente se aburría y se ocupaba de otras cosas.

En algún momento llegó a la conclusión que no, pensar no sirve de nada, y volvía a su vida desbocada y descocada. Pero luego de unos días de infructuosos problemas, tropiezos y visicitudes, el pensamiento recobraba fuerza y rigor en formas caóticas por lo que intuía que merecía algún tipo de atención.

-Nadie nos enseña a pensar. -le dijo Tuti a la secretaria del odontólogo en la sala de espera.
-Esperá que ya te hago pasar. -le respondió.

El doctor le hablaba de la situación sociopolítica mientras trabajaba en una muela. Eliminó la caries dental mientras Tuti ponía la mente en blanco como el foco que alumbraba su boca.

Iba caminando por la calle Suipacha y leyó en un cartel publicitario la frase «Nada como el placer del orden de una mesa vacía» y le suscitó algunas ideas, que no vamos a exponer aquí para preservar la intimidad de Tuti.

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