Las inquietudes

El tipo estaba recostado y no paraba de hablar. El doctor Bloom parecía escucharlo y tomar notas.

-A veces siento que lo que pongo en palabras no lo puede entender cualquiera, pero después me duermo y entre sueños alegres se me pasa. Luego caigo en la cuenta que el mundo está planteado de tal forma que se ha eliminado del contexto la necesidad de entender nada y la gente busca algo con las que pueda entendérselas, un automóvil, un celular o alguien fácilmente manipulable. Mientras se tenga algo bajo control, el discurrir del mundo es menos traumático.
-Hábleme de esos sueños.
-Se me disipan rápidamente como para retenerlos pero la sensación es de frescura y felicidad, no sabría a qué atribuírselo. Doctor, ¿puedo hacerle una pregunta personal?
-Adelante.
-¿Qué piensa al respecto de Dios?

El doctor Bloom no respondió de manera directa sino que le dio vueltas al asunto como para consumir el tiempo de la sesión. El tipo pagó y se fue.

Llegó al edificio y se topó con el portero.
-¿Cómo va?
-Vengo de un «service» psicológico.
-¡Ahh los traumas! -exclamó el portero – Hay gente que va por la vida con las heridas a cuestas, y de estos son los únicos que se puede esperar una mano o entendimiento, y no la estrechez mental del consumidor característico de la sociedad occidental. Por eso no hay que darle a cualquier enajenado material de degustación. El refrán no dice «haz el bien mirando a quién» pero debería.
-Estoy de acuerdo. Elías, ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
-Por supuesto, mientras no le cuentes a la agencia impositiva…
-¿Qué pensás al respecto de Freud?

El portero respondió con sentencias directas lo que dejó muestras que lo había leído lo suficiente como para prescindir de evasivas. El tipo subió al ascensor y luego entró en el departamento. Se recostó en el sofá y encendió la tele.

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