Érase un imbécil

Érase un imbécil con aire superlativo
que creyó ser hábil, que se creyó vivo.
Érase engreído el que vestía de oro,
El que despreciaba todo lo vivido
por esas mujeres que cruzan la esquina,
Él de ropas caras, frazadas de toro,
Él que rechazaba la gracia divina
el extravagante de la comida china.

Érase tan tonto que en su camuflaje
no disimulaba su sandez sus trajes,
érase soberbio, burdo y arrogante.
Érase mezquino, torpe, vanidoso,
manipulador, un vulgar tramposo.
¿Quién era el absurdo, parecía mutante?
Érase quién otro -no la hagás difícil-,
sólo podía serlo éste regio imbécil.

Pobre imbécil rico, vivía en su castillo,
arrastraba gente como con rastrillo,
vivía en la burbuja de su pensamiento
usaba a los hombres de entretenimiento,
se pensó muy grande, pidió monumento
hasta que la parca le dio el escarmiento.
Érase un imbécil, érase un gusano,
era un hombre alto de espíritu enano.

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